Historia Ferroviaria
Por: Juan Carlos Cena (MONAREFA)
— ¡Libra la vía! ¡Líbrala carajo, viene el tren! —grita desaforado el auxiliar de la estación.
— ¡Es que de Control Central me ordenan no darle vía libre! si lo hago, me van a sancionar, —contesta el Jefe de Estación con el rostro pintado de miedo…
— ¡Librala cagón!, lo mismo nos van a rajar. No arruguemos, seamos corajudos y no cobardes, po’carajo. ¡No aflojés, qué le vas a contar a tus hijos, que te churreastes… qué te cagaste!
—¡No soy cagón! —Respondió el Jefe —Mis hijos saben quien soy. ¡No soy cagón!… ¡No voy a arrugar! —dijo esto muy tocado y se abalanzó sobre los Palos Staff (lugar donde se traba la vía libre) y le dio a la manivela, destrabó y sacó la vía libre, la enganchó en el arco y con voz grave impostada le dijo al auxiliar:
Tren de pasajeros en estación San Luis (Línea San Martín). Crédito de la foto a quién corresponda
—Andá a la punta del andén, recoge la que van a tirar los muchachos, yo les alcanzó en la otra punta el arco… ¡bocón de mierda!
—¡Bien macho, perdóname las puteadas! —pegó un grito el auxiliar y se fue corriendo a la punta del andén de entrada, pero antes le dijo al Jefe:
—Enganchale un mensaje, ponele que nos vamos a comunicar con toda la línea para que les libren las vías, y que muchas gracias por los cojones…ponele que les doy un abrazo, mejor, que le damos un abrazo, que la gente del pueblo se está arrimando… que en adelante toquen la bocina antes de entrar a cada localidad, así va la gente, ¡y que viva la huelga carajo y que vivan los ferroviarios!
—¡Apurate carajo que está el tren entrando en señales, dejá de dar recomendaciones, tranquea carajo! —contestaba corajeando el Jefe de Estación.
Nada es fácil. Menos en tiempos de huelga. Y mucho menos cuando los tiempos del paro se van agotando. Y menos que menos cuando la paciencia no tiene resto, se acaba. Todo se pone árido y fastidioso. Es cuando aparece la impaciencia que estaba agazapada. Porque los trabajadores son duales, sí, tienen una paciencia-impaciente. ¿Se entiende? Siempre una vence a la otra. Depende, sí, de quienes son los portadores de esa dualidad: bronca y prudencia.
—Estoy hasta las manos, ¿hasta cuándo? —vociferaba el Dante.
—Mirá, todos andamos igual, esperemos un poco —retrucaba el Esteban (a) el chiclets; le decían así, porque no lo tragaba nadie, era muy odioso, como el Mallevao Juárez, el de la seccional San Martín de la Fraternidad.
—Sí, meta resistir, meta resistir, pero todos andan cayetano, nadie dice nada, nadie hace nada… y nosotros tampoco. Sólo movemos la lengua. —Juan reclamaba apretando los dientes, le dolían los maxilares, las tribulaciones lo tenía a mal traer.
Todo era intranquilidad. Es que este paro no era como el del 91. La resistencia había aflojado, y en ese afloje la organización decayó y la ansiedad creció, con ella la improvisación y la desazón. Los compañeros con más experiencia, conscientes de todo esto, andaban mortificados. No era para menos, de alguna manera, todos ellos cargaban responsabilidades adquiridas, bien ganadas: nunca aflojaron ni se dejaron comprar.
Loco, hay que hacer algo, hay que llamar la atención —dijo uno del montón que estaba sentado en el local del sindicato rodeando una mesa junto a otros, con restos de comida, tazas sucias de café, envases vacíos, galletas secas y otras húmedas. Los ceniceros repletos, cenizas como partículas de caspa, estaban en todos lados, como los puchos consumidos hasta los filtros.
La luz mortecina del local acompañaba los diálogos con sordidez. La bronca era mucha, las frases no eran coherentes, todas entrecortadas y llenas de interrupciones: la impaciencia se abría paso. Como para no, si a la huelga del 91, fue una acción que tuvimos que enfrentar a puro coraje, cojonuda; cuando se desencadenó, hubo que apechugarla no más, así, de frente. Le metimos el pecho todos juntos y ahora ésta. Para colmo toda la dirigencia nacional se pasó para el otro bando sin chistar. Se venía la noche y sin luna.
¡Qué lo parió con las traiciones! De las incoherencias ¡ni hablemos!
Saliendo del local, justo enfrente hay un boliche que nos supo aguantar a los fraternales, esta vez cerraba temprano. El gallego presentía algo fulero. Estos tienen un olfato que nosotros carecemos, decían los compañeros. La verdad de ese cierre tempranero era que se había acabado el fíao. Ya no más: Anótame Gallego, Antes, el yoyega nos esperaba hasta que cerráramos el local, lo hacía gustoso. Fija que algo se morfaba. Pero ahora el gallego presentía, sí, presentía, olfateaba malos aires… Algunos sospechábamos que el gallego presentía, pero ¿qué? A pesar del interrogante, preferimos callar. Todo nos daba mala espina. La sensibilidad brotaba, estaba a flor de piel. Todo nos molestaba. Los diálogos estaban llenos de malos presagios.
—Algo hay que hacer, no podemos seguir así, penando, suponiendo… es una joda, nos estamos haciendo bolsa entre nosotros; hay que buscar aire, expresaba el Dante.
—Sí, pero qué, sí ¡qué!, estoy de acuerdo: pero qué… —el Esteban estaba fuera de sí.
El silencio envolvió al grupo. Uno a uno se fueron parando, saludando parcamente, comenzó el desbande, cada cual por su sendero. Dante y Esteban eran vecinos, iban juntos caminando con cautela, muy en silencio, hasta que uno de ellos se escapó de la prudencia y dijo:
—Y si nos afanamos un tren, una locomotora, hacemos algo con mucho ruido… ¿ah? ¿No te parece? Porque así no se puede seguir: ¡La inmovilidad nos está derrotando, estamos perdiendo sin pelear, mirá que joda: perdemos por desgaste…
Último tren de pasajeros en estación Mendoza década del 90. Crédito de la foto a quién corresponda
—Bueno, pero nos van a meter en cana no bien arranquemos ¿cómo circulamos?, es una macana; no estamos solos en la vía, ¿cómo le hacemos a los otros, ah?, ¿cómo los convencemos a los otros, para que no obstaculicen? ¿ah? —el Dante preocupado frente a la propuesta, ni lo miraba al Chiclets, contestó con interrogantes… no quería contrariarlo, era cabeza dura, pero eso sí, buen tipo, corajudo, no achicaba, tenía lo suyo, pero no arrugaba nunca, y eso es mucho en estos tiempos de huelga.
—Pensemos, que joder, démosle a la croqueta, al cerebro, que funcionen, imaginemos, que joder… no supongamos siempre lo peor, seamos astutos. Si nosotros tenemos todas las armas, y la principal es la solidaridad de los cumpas, siempre estuvieron firmes en todas, que joder, nunca fallaron… —insistía cada vez más el Chiclets.
—Todo te es fácil, todo te sale así; hay que pensar un poco, con tranquilidad… —no terminó el Dante de expresarse, la impaciencia del Chiclets explotó:
-¡Qué hay que pensar tanto, no hay nada que pensar!, se dice que sí, que nos vamos a afanar un tren o una locomotora y que la vamos hacer fantasma, y recién ahí, cuando digamos sí: pensemos, de cómo mierda lo vamos hacer al afano. No, primero hay que pensar, ¿pensar qué? ¡Déjate de joder con tanto pensamiento! Nos van hacer bolsa y a vos te van a agarrar pensando, sentado en el inodoro, déjate de joder… Dante. El Chiclets pasaba a la ofensiva seguro de su propuesta, que no era de él, sino de muchos, y eso el lo sabía: no estaba solo.
La empresa Ferrocarriles Argentinos, había anunciado que el día 13 se iba a suspender sin fecha de reanudación el tren El Cuyano, antes lo llamaban El Zonda. “Medida que dejaba sin servicios a tres provincias cuyanas, además del sur de Córdoba y Santa Fé”. —Es una tocada fulera.
—Es una provocación, hay que tener cuidado…
—¡Cuidado, las pelotas…nos tocaron…!
—A vos, ¿te gusta qué te toquen?, ¡a mí no!
—Si, pero…
—¡Qué pero ni que pero…ni que carajo!
No había diálogos completos, todos se interrumpían, era una aventura enhebrar algo, la paciencia se había rajado. La dualidad de la paciencia-impaciente ya no lo era más. La impaciencia era la dueña de la situación…
Que manera de putear todos, casi a coro, duró un buen rato. Al tiempo, pero muy al rato, se fueron calmando los ánimos, y los insultos fueron bajando el tono; serenando el aire, uno a uno, sí, pero sin perder la firmeza, y la convicción de que algo había que hacer.
El Chiclets levantó la cabeza, lo miró al Dante, y lo invitó a mear al patio de la seccional.
—Acá no hay testigos ni oídos de buchones, hablemos, hablemos de una vez… ¿Y?, lo que te propuse… ¿Nos afanamos algo, si o no?, que haga ruido… batime algo, no te quedes así, meta mirarme como si fuera una mina… ¿y?
—Bueno, pero antes de los antes, lo charlamos los dos, luego con los más firmes, y así vamos armando todo, sin filtraciones, hay muchos alcahuetes sueltos. Estoy de acuerdo, y te contesto: no te miro porque seas lindo, porque si fueras mina, morirías virgen…
Del patio de la seccional se fueron callados, no dijeron ni a. Había que conversar largo y tendido, pero tranquilos. Ver que se hace. Armar todo, si se trataba del afano del tren o de una locomotora.
Mejor un tren. No vamos solos. El ideal sería El Cuyano, lo van a cancelar. El pasaje de ese tren, cuenta, los van a despojar, se les acaba el boleto barato; los guardas, el personal técnico serán sobrantes, seguro que los rajan, no tienen otra, se van a plegar a la movida. Además pueden venir compañeros en el tren, dentro y fuera del pasaje, exponía el Chiclets con entusiasmo. Tenía todo en la cabeza. El nunca había descartado el tren o una locomotora. Esto era espectacular. Porque eso de tirarse a la vías en Retiro e interrumpir la salida no lo convencía.
—Me convenciste, querido masticable, veamos dijo un ciego, —contestó el Dante.
— Veamos no más. Si es un tren hay que ver, ¿qué tren? Que locomotora lo remolca, y quienes son los maquinistas diagramados, hay que convencerlos que se hagan a un lado; y a los muchachos del depósito para que nos dejen sacar la máquina…
Sí, hasta ahí todo bien, pero los cambistas, no los de salida del depósito, sino los que enganchan y controlan la formación; ya hay mucha gente y puede haber filtración… pero meta palo y a la bolsa. A trabajar. Se acomodaron la camisa caqui y salieron muy dispuestos cambiando ideas, retrucándose, y así.
Primero hay que convocar a los de fierro: Juan el primero, que ya estaba enterado y su compañera, una yoruga de fierro, medio hincha bolas, pero es buena la charrúa. Mirá, venir del otro lado del charco, y hacer kilombo en nuestra querida patria. Que dirían los gorilas de ella: que es una extranjera infiltrada portadora del pensamiento artiguista…
—¿Extranjera la Diana?, es lo mismo que decir que Julio Sosa era extranjero, o Francescoli, el Negro Cubillas o Walter Gómez, los que la rompían en Ríver…no jodamos.
—Bueno, veamos de nuevo…
Se habló con los compañeros, no hubo un solo no, mucho entusiasmo. No nos reunimos más en el local. Andaban muchos mirones. El boliche que estaba enfrente de la seccional quedó deshabitado, el Gallego sospechaba, ¿en qué andarán? solo eso.
El primer inconveniente surgió cuando fueron a buscar la locomotora, se la habían llevado a Santos Lugares, ¿para qué? ¿Qué hacer? ¿Quién sabe?
—Bueno, es una joda. No nos detengamos, nos afanamos una locomotora de la playa de maniobras, la enganchamos y chaú. Los cambistas de la estación la van a enganchar, van a mirar para otro lado, no son vigilantes. Manos a la obra.
Los dos, el Dante y el Chiclets subieron a una máquina de maniobra, que estaba cerca de la casilla de los cambistas, rogando que este en condiciones, con gasoil, grasa, arena para los frenos y esas cosas… Engancharon el tren, todo era tensión. A los cumpas de apoyo les latía el corazón al ritmo del motor diesel de la máquina, le controlaban las pulsaciones con si fueran latidos: imposible. Ellos estaban acelerados, la máquina a ritmo acompasado marcaba que estaba preparada y era cómplice de esta expropiación: se dejaba raptar.
Llegó la hora. Desde el Cabín (cabina de señales) los señaleros encendieron la luz verde de la señal de partida. Primer pitazo, el de notificado. Arrancó el tren, se estiraba despacio, las osamentas tensionadas de los fraternales crujían, se confundían con ese ruidal que genera un tren cuando arranca. El Dante y el Chiclets, junto al Juan estiraban el cuello mirando para atrás, por la dudas, por los imprevistos, porque uno nunca sabe y menos cuando se afana un tren, y en tiempos de huelga: nada, sólo el andén lleno de gente que remolineaba frente a los coches de pasajeros. Los tres eran buenos maquinistas. Todo normal. El tren aceleraba pasando los entrecruces de las vías de Retiro muy suavemente. Avanzaban sobre los puentes de Palermo buscando la vía principal. Nadie hablaba. Juan vichaba los instrumentos. Todo estaba en orden. El sistema de frenos, de la locomotora y del tren, normal. La totalidad de las previsiones andaban sospechosamente bien.
En José C. Paz el primer inconveniente. Los plantaron entre señales. Algo pasaba. La cana. Apareció la solidaridad de los compañeros avisados, auxiliares y ferroviarios que esperaban el paso del tren, estaban ahí por la dudas. Pasaron. Le libraron las vías. La jefatura ferroviaria estaba alertada. Impartía órdenes de detención. Nada más que eso. Nadie de la línea acataba. No escuchaban, había mucha descarga en los teléfonos. Nadie les daba bola.
Avanzaron, pero en la estación Pilar la policía de la provincia de Buenos Aires intentó pararlos. Los maquinistas mostraron sus credenciales que los habilitaba y tarjetas varias para el uso de vías que se habían agenciado. La policía estaba desorientada con tanta credencial. Intentaron hacer regresar la locomotora. Pero ocurrió lo que decía el Chiclets, los pasajeros intervinieron, era el último tren diagramado, y eso los hacía sentir mal, venían discutiendo entre el pasaje. Se calentaba el pasaje. Nadie miraba el paisaje. Por supuesto, entre los pasajeros, estaban los compañeros de apoyo que incentivaban la discusión: eran como setenta los ferrucas arriba del tren, de todos los gremios del riel, algunos políticos oportunistas que enancaron para las fotos, después se bajaron.
Descartar este servicio era como descartar la zona por donde circulaba. Eso significaba el desprecio por la gente de esa parte del territorio que se iba instalando, poco a poco. La protesta de los pasajeros era una manera de resistir, era resistir junto a los ferroviarios que no eran pocos.
Las oficinas de control trenes ubicadas en Palermo hacían trinar los teléfonos en forma compulsiva. En las estaciones, todos sordos. Se ganó esa pulseada. En todo el trayecto fue operando la solidaridad de ferroviarios, vecinos de los pueblos, de gente común llenaban los andenes. Situación que ni los políticos ni el gobierno podían impedir.
El tránsito de compañeros de los coches de pasajeros hacía la locomotora, era incesante. No paraban de hablar. Habían cambiado el lenguaje, ya no era soez, era puteador como corresponde, pero no grosero. Es que era mucha la alegría por la expropiación. Es que no era joda, nos habíamos afanado un tren con pasajeros y todo. Y a pesar de las órdenes de Control Trenes de pararnos, la solidaridad de los compañeros de toda la línea nos hacía proseguir. Era la complicidad de los trabajadores y el pueblo, sin ella, minga, nos hubieran parado. Fuera del afano, eso, era lo más valioso: la solidaridad. La locomotora se alimentaba a pura solidaridad, como si fuera un combustible renovable, en cada estación éste se renovaba: ¡qué hermosura! La solidaridad vence, nos une; ¡carajo qué si nos une!
—Ya estamos en Rufino, anunció el Dante.
—Hay muchas luces, y gente, mucha gente, y cana y la TV. —Juan contabilizaba el andén..
El tren se arrimó a la estación despacio, con precaución. Los lugareños ocupaban todo el andén. La locomotora como un felino, gruñendo, ronca de tanto andar, entró en zona, centellaron los faros con sus ojos gatunos, se iba a detener. Todo era precaución.
Había concejales en la estación esperando el arribo alertados por dirigentes ferroviarios del lugar. La policía Federal quería detener a los maquinistas. No pudieron. Más, la empresa resignada, autorizó el cambio de locomotora. La vieja locomotora de maniobras había cumplido, llegó a Rufino, no exhaló un último suspiro, sólo estaba cansada. Reemplazaron la vieja máquina. Todos los fraternales la despidieron con un beso en su carrocería; ¡sos una hembra de puta madre! Creo, digo, todos creyeron que ella sintió el afecto, la tibieza del agradecimiento, debe ser, por eso que nunca dejó de ronronear su cansado motor.
Arrancaron de nuevo, entre vivas y aliento popular. Todo parecía normal. La respiración se aquietó, la paciencia se asomó de nuevo, pero no mucho. Había muchos kilómetros aún por andar.
Diana, de voz ronca, fumaba y hablaba a la vez. No paraba. Alentaba a todos. No decaía nunca su firmeza ¡Qué mina la yoruga! Discutía con todos, es una ferroviaria consorte, no lo parecía: era ferroviaria.
Todo parecía rutina. Los andenes llenos de público de los pueblos. El tirar y recoger el palo staff de la vía libre, los gritos, los mensajes. El arco circular de la vía libre era recogido con suavidad, cubierto con papeles anudados, todos con soplos solidarios, ni una queja. La ansiedad de nuevo, aparecía como fenómeno nuevo, que no lo era.
—¡Ja! En algún momento nos van a detener…
—¿Vos crees?, si ya nos dejaron pasar por un montón de lugares, no lo creo…
—Este afano es un ejemplo de mierda…
—Pude haber contagio…, digo, en una de esas el ejemplo cunde.
—No nos van perdonar…
—Le devolvimos la tocada…
—Bueno, si así pensamos, no seamos giles… no nos descuidemos.
—Hay que estar preparado…
Así, de esa manera, se instaló esta conversación que ya era preocupación. La ansiedad de la llegada que tiene todo maquinista no estaba presente.
Esta preocupación era lo central: La represalia. Bueno, basta de charla, a prepararse, —sentenció el Dante.
—Hay que ser astutos. Ellos tienen la fuerza. Nosotros la picardía, la astucia, los compañeros, los vecinos de los pueblos…
—Deben estar calientes, le afanamos el tren en sus narices…
—¿Y los alcahuetes?
—Los van a echar a la mierda, que se jodan por buchones, son unos baratos…
Comenzaron, entre rueda y rueda de mate a cambiar ideas, de cómo no dejarse agarrar si nos paraban. Dedujeron que sería en una estación de una ciudad importante.
—¿Cuál?, ya hemos pasado unas cuantas.
—Sí, pero no tan importantes…
—La que viene es Villa Mercedes, es grande…
—Hay muchos compañeros… que saben de nosotros.
—Están avisados… y algo estarán preparando, confiemos.
—Seguro que están organizando algo, no se que, pero algo…
—Por las dudas, entremos en señales despacio, no sea que nos estén esperando…
No había aflicción, sólo la preocupación de no regalarse. Estaban total y absolutamente convencidos que este afano no era una aventura. Era un acto militante, resistente. Sobre eso nadie tenía una pizca de dudas.
Todas las miradas se pusieron en paralelo con el haz de luz de la locomotora. Era un vistazo cadenero, al lado del raudal principal. Querían llegar antes que el penetrante faro de la máquina. Oradar la oscuridad, ir más allá, percibir por anticipado la quietud de la luz de las señales. A los ojos rojizos por el cansancio se le sumaba el del esfuerzo, ese, el de fijarse que se movía entre las sombras. Se aplacaban las voces, quedó sólo lo gestual. Cansancio y preocupación.
Villa Mercedes podía ser un tapón. Comenzaron a prepararse. Acomodaron sus bolsos. Limpiaron el mate, se ajustaron la zapatillas —por la dudas— uno nunca sabe si hay que rajar, que no es cobardía. Alertaron a los setenta compañeros que iban de apoyo y éstos previnieron a los pasajeros: algo podía ocurrir. Muchos de los viajeros se exaltaron y aprobaron resistir la detención de los compañeros, o lo que sea. Se disciplinaron a los compañeros de vagón… con un: ¡para lo que gusten mandar!
A lo lejos se podía apreciar un aura circular amarillenta, era el reflejo de la ciudad. Nos estábamos acercando a Villa Mercedes. El Dante corrió la manivela, la sacó del punto ocho de aceleración y dejó que el tren se deslizara, sólo tomó con fuerza la palanca de los frenos. Se cambiaron la ropa de maquinistas, el verde caqui despareció.
Una poderosa linterna se movía en la señal de distancia, alertando con cambio de colores, que se debía aminorar la marcha. El Dante fue aplicando los frenos suavemente. Varias siluetas se dibujaban a pesar de las sombras, la tenue luz de las señales bajaban desde la altura marcando contraste con la silueta de los compañeros. Abrieron las puertas de la locomotora. Subieron dos de ellos.
—Está la gendarmería esperando. —dijeron, casi sin saludar.
—Los van a detener. —repitió otro, este sí, saludando
—Han bloqueado todo. El paso a nivel de entrada esta bloqueado…
—Los que manejaban deben irse, rajarse. En la otra señal hay cumpas esperando con unas camionetas.
—Sí, ¿pero quién ingresa el tren?
Todos mudos. Alguien debía arribar la formación con cuidado. Era un tren de pasajeros, no era joda. Todos mudos. Nadie quería caer en cana, pero nadie pensó en arrugar.
Una voz ronca sobresalió:
—Yo lo ingreso…
—¿Vos?
—Sí, yo, ¿qué hay?
—¿De dónde y con que herramientas…? —malhumorado, el Chiclets la increpó.
—Soy la compañera de Juan, y él me enseñó ¿cómo qué de dónde? —altanera y segura Diana, comenzó a cambiarse la ropa delante de todos.
—Dame un ambo verde, de cualquier talle, todos me van a quedar grandes.
Mudos, abrieron los bolsos los curtidos y templados maquinistas y le ofrecieron la ropa. Primero las olió, estaban hediondas de sudores. Todas le quedaban como bolsa, grandes de talle, se arremangó… y ahí no más estalló la risa.
—De que se ríen boludos. Movete, dejame tu lugar, —le dijo al Dante.
—Sí, mirá, tené cuidado… no terminó la oración. Diana se había sentado como una experimentada maquinista. Diana, la uruguaya tomó la conducción del tren. Uno a uno, los expropiadores, se fueron descolgando en medio de ahogadas risas…
Diana, con su pelo rubio al viento, con medio cuerpo afuera, fue arrimando el tren despacio, aplicó suavemente todos los frenos, en medio de aplausos. El andén estaba colmado. El pueblo agolpado aplaudía y gritaba. La Gendarmería intentó detenerla. Al no ver a los maquinistas la descuida y se corren al interior de los coches. Otros, suben al tren para detenerlos por si se encontraban entre los pasajeros. Ya no estaban. A Diana, los ferroviarios puntanos la tomaron del brazo, la soliviantaron, la cubrieron con un capote de lluvia de los cambistas y la hicieron invisible.
Muchas horas después, por turno, regresaban por distintos medios a la Capital, bien comidos, bebidos y bailados. Los compañeros de Villa Mercedes los festejaron en el Rotary Club, habían alquilado el quincho para un festejo, lugar impensado de ser buscado y de que los ferrucas fueran miembros. Bailaron. Los expropiadores bailaban, es decir, los maquinistas también bailan y cantan, en la lucha y en la alegría.
Regresando todos iban durmiendo. Todos tenían una mueca rara en ese dormir: se reían, regresaban en el mismo tren, pero de pasajeros.
Nunca los agarraron, los puntanos los hicieron inmateriales.
Al Dante y al Chiclets, los iban a procesar por “robo del tren”. Ferrocarriles Argentinos extendió la fecha de clausura del tren. En la Cámara de Diputados, radicales y de otros partidos presentaron un proyecto de resolución preguntando por el episodio y sobre el cierre del ramal.
Así luchaban los ferroviarios contra las privatizaciones. Estos hechos, desmienten, antes y ahora, a aquellos que dicen que nosotros los ferroviarios aceptamos en forma resignada este saqueo privatista. Esta fue una de las tantas maneras de resistir con todo el cuerpo social ferruca. La Resistencia Ferroviaria se hizo presente en todo momento, nunca desfalleció ni ante la perspectiva de una futura derrota. No nos vencieron. Esta derrota es parte de un mismo proceso de lucha, que prosigue, y que no me caben dudas: ganaremos. Ganaremos a pesar de las traiciones, de los conversos, de los vendidos por una moneda vil. Los ferroviarios somos parte de esa larga tradición de lucha de la clase obrera argentina. Años les costó a los explotadores pretender domesticar a la rebeldía popular, no pudieron. Por eso, todo germina de nuevo, y la clase obrera en forma particular, que en su dimensión dialéctica, siempre renace de sus cenizas, demostrando que no hay un fin, sino un recomienzo más dinámico. Dando así la respuesta más rotunda a ideólogos oficiales, reconvertidos, y a la cobardía intelectual de algunos.
Bueno, esta es una parte de la vida en el terraplén, la lucha continúa, la vida, la amistad y esas cosas invisibles de los terrapleneros.
—¿Y Juan?, como la ves. Es increíble. Nos afanamos un tren…
—Pero nosotros solos no, fuimos todos. Porque sino hubiera sido por todos, porque todos pusieron el pecho a la balas, no estaríamos en este lugar. Todos, es increíble, es así como lo decís vos.
Estoy emocionado —cuchareó el Dante mientras cebaba mate—, al principio me parecía una locura. Es que es una locura, una hermosa locura… somos todos locos.
—La locura es un placer que solo los locos conocen, decía un grafitti en Villa Mercedes enfrente de la estación, se acuerdan, decía el Dante.
—Sí, una locura resistente, —contestó Juan— militante. Es la contestación a la tocada. No se si vamos a ganar algo con esta patriada, pero la rebeldía ferroviaria quedará ratificada, no nos achicamos ante nadie, nunca, nunca… carajo, —estaba conmovido, no era para menos, se movió despacio hasta la ventanilla, sacó la cabeza. El viento lo estaba esperando como una fresca caricia lo recibió, lo envolvió. El, el Juan se dejó estar por un buen rato, esa corriente húmeda lo calmó, el alma se le fue aquietando, pero el corazón seguía bramando, no era para menos; el Juan venía de ser miembro del Comité de Enlace de la Huelga del 91, de ponerle el pecho sin claudicaciones, junto a otros, de rechazar en conjunto coimas y prebendas. ¡Cuánto coraje, qué altruismo! ¡Qué lo parió! Frente a tanta corruptela y mediocridad reinante. Es que eran hijos de la clase obrera. Y eso no era joda.
—Juan, chupate un mate. Entrá la cabeza, vení, todos estamos igual… es mucha la tensión, todo es mucho, pero bueno, los cumpas nos señalaron a nosotros, y aquí estamos, dale, chupá el fierro, dale al mate, agarrá la palancas, así me asomo ahora me toca a mí, voy a saludar al viento ferroviario, tengo la cabeza caliente ¡qué noche, mirá como nos junan la estrellas!
—No es para menos, nos afanamos un tren, pero no para asaltarlo, sino de puro rebeldes, de puros enculados, ¡como nos van a tocar así porque sí! —el Dante le extendía el mate y le daba el lugar del conductor, con una palmada en el rostro de yapa, con su mano tiznada de grasa llena de ternura.
El traqueteo del tren era normal. En cada entrada a las estaciones aminoraban la marcha, gente en el andén, había que tirar la vía libre con cuidado y recibir la otra. Mensajes, papelitos solidarios…Que de sensaciones. Cada uno con la suya, y éstas que se mezclaban con las del otro. Esta vez nos escuchábamos, no eran los diálogos nerviosos de la Seccional. ¡Qué manera de interrumpirnos entre nosotros! Estábamos locos por la impotencia de no saber como contestar a tanta mierda que nos rodeaba.