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En la estación Haedo descansa una formación azul de la Línea Roca, uno de los tantos ramales que se bifurcan de esa línea. Allí un grupo de cartoneros que pasó la noche durmiendo en las inmediaciones espera la activación del servicio luego de una larga jornada de recolección de cartones, plástico y metales. Se ponen en marcha cuando la guardia hace sonar su silbato que anuncia la salida rumbo a Temperley. Algunos empujan sus carros en los que se apilan los bolsones, otros llevan el peso sobre sus hombros. Todos se ubican en el último vagón, el furgón. Allí se agolpan en el espacio donde normalmente viajarían las bicicletas y que ahora ocupan ellos con carros y bolsas.
El tren avanza dejando atrás las casas y edificios de Haedo, pasa por San Justo, la segunda estación, donde se sube Tilín, un chico de 12 años que está descalzo. “Dale Tilín”, lo arengan desde el furgón el grupo de cartoneros y lo ayudan a subir un chango oxidado de supermercado repleto de bidones de plástico. Se amontona en el grupo donde están Miguel, que fuma marihuana y viste una gorra roja y blanca del Club Atlético Los Andes -un equipo de fútbol de Lomas de Zamora-, José, de 29 años y cinco personas más. Viajan con destino final hacia la estación Km 34 de Villa Albertina para vender su recolección.
Pasando el Mercado Central se ven cada vez más asentamientos que avanzan sobre las vías. Con el tren en movimiento empiezan a llover piedras desde las casonas de chapa que impactan contra las ventanas. Los dos policías que custodian la formación le piden a los pasajeros que las cierren. En Puente Colorado, la construcción de metal que cruza la ribera sur del Riachuelo, el tren se ralentiza abruptamente por la presencia de carros abandonados sobre los rieles, de dos caballos flacos que pastan de la basura y la cercanía de las casas con las vías. El cuadro se replica con mayor densidad en los barrios que se encuentran en la mitad del trayecto del ramal Temperley- Haedo.
Con los años, el avance de la marginalidad sobre la senda del tren se volvió un problema que afecta la normalidad de su frecuencia. El arrojo de piedras, el robo de materiales de las barreras y las vías para la construcción de casas se volvieron prácticas cotidianas y los vecinos conviven en una realidad de terrenos usurpados que se multiplican sobre el tren. La situación alcanzó un estado crítico en 2017, cuando hubo un incendio intencional en tres vagones de la formación por parte de un grupo de ocupantes de la villa sobre el ramal que interrumpió el servicio por meses.
Degradación
La degradación del ferrocarril es notoria. En los noventa circulaban 57 trenes de pasajeros por día. Ahora la frecuencia se redujo a 14. El tiempo del trayecto -que era de 40 minutos entre las cabeceras- aumentó a una hora y media. El deterioro en la calidad del servicio también es un problema para los vecinos de los barrios populares, que dependen del tren como único medio de subsistencia.
“Hace poco empezaron a hacer este vallado y a tomar terrenos. Vinieron a llevarse los fierros de las vías, todo el metal, todo lo que se pueda vender. También sacaban la tierra del terraplén para hacer el relleno para sus casas. Ahí hubo un problema grande porque empezaron a haber muchos pozos cerca de las vías”, cuenta José con el bolsón repleto de cartón sobre sus hombros al descender en la estación Km 34, donde el tren se detiene por 20 minutos a la espera que desciendan todos los carros del furgón.
Ante la falta de barrera, dos banderilleros frenan el tránsito del cruce por donde circulan automóviles, caballos montados y peatones. Donde antes había un laberinto para cruzar, ahora hay una vivienda que ocupa el terreno y la señalización ferroviaria. Todavía se puede divisar una cruz de San Andrés que sobresale de la estructura de dos pisos de cemento y ladrillo con un tanque de agua.
“Es normal que tiren piedras. Donde más tiran es en Puente Colorado, lo hacen de dañinos, los chicos y algunos grandes para entretenerse”, dice José que hace el recorrido todos los días de la semana. En 2021 los vidrios de las ventanas de la formación fueron reemplazados por acrílicos para evitar que la rotura de los cristales genere accidentes. Más allá de que el material resiste mejor la presión, se pueden ver los impactos y los ventanales astillados.
José, junto a otros vecinos del barrio dicen que la municipalidad de Lomas de Zamoraasignó viviendas sociales para que la gente deje de llevarse materiales de las vías y alejarlos de la traza. “Yo vivo en una de esas casas. Es toda de chapa. Nos dieron calefón, colchones, cama y frazada. Nos la otorgaron hace un año porque antes vivía sobre el costado de la vía y atrás tenía el arroyo, con las ratas y la mierda. Son 96 casas, divididas entre dos manzanas. El día de mañana me gustaría poder tener una casa de material para vivir con mi señora y mis dos hijas, pero hasta que lo resuelvan vamos a seguir viviendo así”, cuenta José y se dirige al puesto de cartones a una cuadra de la estación para vender su recolección.
“Siempre está movida la estación. Hace 15 años que estoy acá y esos terrenos los tomaron”, dice Lucía, puestera de 47 años señalando donde antes había una barrera. “También había una garita de seguridad, la tomaron y agrandaron el terreno que ahora está sobre las vías de la estación. Hace poco empezaron a tomar más terrenos sobre las vías para hacer casas más grandes. El problema es que construyeron y usurparon encima de una cañería de gas y es peligroso”, dice. La puestera trabaja en la estación de Km 34 todos los días hasta las 9 de la noche y señala que están creciendo los asentamientos, continuando el trazado de las vías en dirección a Juan XXIII.
Falta de barrera
A Lucía le preocupa mucho la falta de barrera. “Es muy peligroso el cruce, ya murieron varios chicos acá”, dice. Además del ramal del Roca, circula por la traza un tren de carga que a diferencia del de pasajeros no se detiene al llegar a la estación de Km 34. “Pusieron una barrera hace un tiempo pero la rompieron y se llevaron los materiales y no la volvieron a poner. Desde el ferrocarril abandonaron las obras que tenían que hacer. No se hacen cargo porque el tren no da plata, nadie paga boleto. Algunos pagan en Temperley y otros en Haedo, pero nadie más”, denuncia Lucía.
A su puesto se acerca Tilín luego de vender su recolección, por la que obtuvo $1000. Compra un choripán y se va a la estación para tomar el tren nuevamente en dirección a Haedo. “Antes iba a la escuela pero la dejé porque ahora trabajo”, dice Tilín y se va en la búsqueda de más cartón y plástico para vender.
María de los Ángeles es vecina de Villa Albertina y trabaja en Capital Federal como encargada de un edificio. Antes para ir a su trabajo se tomaba el tren, pero ahora busca otras alternativas de transporte “No me tomo más el tren porque se suspenden sobre la hora las frecuencias. Es un ramal complicado y se dejaron de hacer algunas frecuencias por la inseguridad. Lo más peligroso es desde el tramo de la ribera hacia la estación Turner, por lo cerca que están las casas de las vías. Después, entre Km 34 y Santa Catalina, también el tren sufre el vandalismo y lo cascotean permanentemente”, relata María.
Santa Catalina es la zona más densamente poblada, en la que viven 7850, familias que representan 24.021 personas de acuerdo con el último censo de barrios populares realizado por el Renabap.
Desde Km 34 en dirección a la estación Juan XXIII corre paralelo a las vías un arroyo que se desprende del Riachuelo. Los desperdicios de todos los asentamientos fluyen hacia su cauce y la basura flota en el agua verde empantanada. Allí, Isaías, un cartonero de 18 años, construye su casa en un terreno ocupado que compró su madre. En primer año de la secundaria abandonó la escuela y viaja en el Roca todos los días para recolectar cartón. “Cuando pasa el tren acá vibran todas las paredes. Tiembla el piso. Los chicos acá son terribles, no les importa nada y le tiran piedras al tren, las madres tampoco les dicen nada. El tren anda de las 9 de la mañana hasta las 7 de la tarde. Esa frecuencia no nos sirve y muchos nos quedamos a dormir en la estación de Haedo porque no tenemos cómo volver después de la última hora con los carros”, relata Isaías mientras barre el frente de la casa que está edificando.
El umbral de su vivienda está frente al arroyo. “En el invierno el frío acá no se banca. Los chicos están todos brotados. La gente tira la basura, flotan los perros muertos y hay ratas, todo eso da olor y trae enfermedades”, agrega Isaías. Sus vecinos señalan que sufren brotes de tuberculosis, sarampión y sarna. Detrás de su casa sobresale una antena de electricidad. Debajo de ella se edificaron viviendas. Uno de sus vecinos dice que en el verano se desprendió un cable de la antena y electrocutó a uno de los habitantes que vivía allí y murió por la descarga. También se construyeron casas encima de la boca de la tormenta que tapan las cloacas y generan inundaciones cuando llueve.
Omar de 29 años recoge cartón en Villa Albertina y cuando no encuentra en el barrio se toma el tren con dirección a Temperley o Haedo. “Sin el tren no somos nada. Cuando no funciona no hay trabajo para nosotros. No es la gran cosa, pero gracias a él podemos laburar así que tratamos de cuidarlo entre todos porque sin el tren no comemos”, dice Omar mientras empuja su carro en la calle lateral al arroyo. Los vecinos históricos del barrio dicen que el ramal antes contaba con dos furgones, en vez de uno como en la actualidad, en el que entraban hasta 30 carros. Hace seis años el tren se llenaba con personas que iban en busca de droga a kioscos y búnkers de La Tablada, por lo que las autoridades retiraron el furgón.
“Desde que sacaron ese furgón el laburo cambió bastante y de golpe. Hay muchos carros y no entramos todos. A veces el tren no nos espera para subir los carros. Me gustaría que mejore el tren. No puedo hacer otra cosa que andar con el carro porque no consigo un trabajo fijo. Estudié hasta quinto grado porque si seguía estudiando en vez de laburar no comía”, relata Omar.
Historia
El furgón originalmente se diseñó para llevar equipaje, encomiendas y bicicletas, explica Jorge Eduardo Waddel, historiador e investigador de políticas ferroviarias. El ramal en el que hoy avanzan los barrios populares fue inaugurado en 1886 con la idea de conectar La Plata con el interior de la provincia a través de los empalmes en Temperley y en Haedo.
“El principal tráfico que tuvo ese ramal fue con los trenes de hacienda. Se utilizaba para llegar con la hacienda al mercado de Liniers y tenía un servicio de pasajeros, pero como la zona era muy despoblada el servicio era mínimo. A partir de 1950 fue creciendo el tráfico de pasajeros hasta 1999 que tuvo un pico muy importante. Después vino la degradación total entre 2001 y 2002 con el avance de las villas y el vandalismo y paralelamente la inacción e inoperancia de las autoridades ferroviarias”, dice Waddel.
Consultados por LA NACION, desde la municipalidad de Lomas de Zamora a cargo de la intendenta Marina Lesci, informaron que reubicaron a 90 familias. Agregaron que proyectan reubicar a más familias y construir 264 viviendas en un predio de 4 hectáreas. El plazo en el que estarían habitables sería dentro de 18 meses.
Desde Trenes Argentinos, la entidad a cargo del servicio ferroviario, no respondieron las consultas de LA NACION.
En los alrededores de Km 34 hay cuatro puestos de compra de cartón y chatarra a los que acuden todos los cartoneros que bajan del ramal. Uno de ellos, el más cercano a la estación, pertenece al Chavo, de 49 años, un exchofer de colectivos que hace 40 años que vive en Villa Albertina. A su negocio acuden entre 50 y 60 personas por día que descienden directo de los trenes. El kilo de cartón lo paga $28 y el de chatarra, $17. Trabaja junto con sus hijos y todo lo que compra en la jornada lo cargan en un camión celeste en el que viajan dos veces por día a una papelera en el centro de Lomas de Zamora. Diariamente transporta tres toneladas de cartón y cuatro de chatarra.
El Chavo relata que hasta 2003 toda la zona era campo y se fue poblando hasta alcanzar la densidad poblacional actual. “El tren de acá lo sacaron un tiempo porque lo incendiaron. Prendieron fuego las máquinas y los vagones, yo estaba acá cuando pasó. Fueron pibes que viven acá en este barrio, que se desubicaron y dejaron un montón de gente sin laburar”, recuerda el Chavo mientras llega a su puesto la última ola de cartoneros, que descendió del tren de las 19. En su balanza vuelcan chatarra, bicicletas desarmadas, postes de dirección de calles, cajas de cartón, neumáticos, matafuegos, baldes de pintura y bidones.
El hecho que relata sucedió el 8 de noviembre de 2017 cuando un grupo de habitantes de los asentamientos de las vías subieron al tren y lo incendiaron.
“Fue terrible, era la muerte acá,. La gente estaba sin un mango porque no podía salir a laburar. Se pusieron a juntar cosas de la basura para comer. Desde entonces empeoró la frecuencia. Antes pasaba cada 45 minutos, ahora cada hora y media. Cambió todo. No es lo mismo que antes. Cortan temprano el tren, a las 7 de la tarde, y después de esa hora no queda nadie en la calle”, dice el Chavo. “Si no anda el tren se arruina todo, se queda todo el barrio sin laburo. Ahí la gente empieza a hacer cagadas, se desesperan y se mandan a robar”, agrega.
Cuando la última formación se aleja a la noche de la estación Km 34, el cruce bullicioso y transitado durante el día empieza a quedarse en silencio, mientras los cartoneros terminan de pesar su recolección en lo del Chavo, que les paga en el momento. Tilín también baja del tren para vender y sorprende a los trabajadores del puesto ¿Otra vez acá?. Fuente y fotos: LaNación.com