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Por: Asociación Amigos del Subte
"La
historia parecería repetirse, con variantes, con simetrías. Los que mueren, no
mueren en vano", dice Eduardo Galeano en el libro "Las Venas Abiertas
de América Latina". Como fue el caso de Amancio Rodriguez, por ejemplo, el
cubano que fuera acribillado a tiros por los rompehuelgas en una asamblea del
sindicato y que había rechazado un cheque en blanco de la empresa azucarera
Francisco Sugar Company que intentó sobornarlo. Cuando sus compañeros lo fueron
a enterrar descubrieron que no tenía ni calzoncillos ni medias para llevarse al
cajón. Al triunfar la revolución cubana se nacionalizó la empresa azucarera y
los trabajadores deciden llamarla Amancio Rodriguez en reconocimiento al líder
asesinado.
Salvando las
distancias, con un final menos violento pero no por eso menos trágico, parecida
historia le pasó a Miriam Brawer, la ingeniera que defendió los intereses del
Gobierno de la Ciudad
cuando le tocó dirigir las obras de los subterráneos de Buenos Aires. Al
intentar aplicarle una multa millonaria a la empresa francesa Alstom por
incumplimientos en el contrato de las obras electromecánicas de la Línea “A” se encontró con el
fantasma de la corrupción. Sbase (Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del
Estado), la estatal porteña, no sólo le perdonó la multa a la empresa, sino que
le reconoció el doble de dinero.
Para
completar la perversa historia, los cuadros técnicos de Mauricio Macri, que hoy
manejan el Sbase, la apartaron del cargo y le armaron una causa penal por una
supuesta falsificación de una factura trucha echándola de la empresa sin darle
un peso. Un injustificable castigo, confuso e inédito en toda la historia del
Sbase. Se sabe que ningún laburante tiene espaldas para soportar económicamente
una causa penal, en cambio, los poderosos pueden darse el lujo de tener muchas
causas para que se las manejen los carísimos abogados, sino que lo diga el propio
Macri.
Desgraciadamente,
la ley de la causa-efecto se hizo realidad. La indignación, la impotencia y la
depresión despertaron en el cuerpo de Brawer una terrible enfermedad que
terminó con su vida, olvidada por sus pares e ignorada por los directivos del
Sbase, sin dinero y sin trabajo. Antes de su muerte se supo que las pericias
caligráficas advirtieron la mentira de la denunciante Sbase que quiso dar
marcha atrás con la causa y arreglar el juicio, pero ella les dijo que no.
Sus
compañeros recuerdan a Brawer como la mujer que ayudó a quien pudo, honesta,
incorruptible y solidaria. Varias anécdotas quedarán en la memoria de los
trabajadores. Como aquella primer medida que despertó la bronca de sus pares
(los jefes), cuando los viajes al exterior para inspeccionar los equipos que
compraba Sbase y que antes eran potestad exclusiva del personal directivo que
aprovechaban para pasear por el mundo con sus familias, pasaron a realizarse
por única vez por los trabajadores.
¿Alguien
reconocerá algún día la labor y honestidad de los que no venden sus
principios?. Para que la pérdida de la ingeniera Miriam Brawer no sea en vano,
será necesario que la sociedad valore y reconozca este tipo de conductas y
sirvan al menos de ejemplo para que no queden en el olvido. El directorio de
Sbase debería reconocer el error cometido y disculparse con su familia, pero
esto es mucho pedir.
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