Actualidad
Hace unos años, ya muchos, hicimos una investigación sobre el desguace ferroviario. En especial, sobre los pueblos que habían tenido talleres ferroviarios. Cerrados y desarmados después del 94, al lado de las instalaciones vacías malvivían los pueblos. En uno de ellos, Laguna Paiva, hicimos varias entrevistas. Calor santafecino –siestas interminables que dejaban las calles vacías– y memoria de tiempos mejores. La ciudad ostentaba orgullosa el mote de “Paiva la heroica”. Había sido la última trinchera contra el Plan Larkin, el intento de reforma ferroviaria que hizo el gobierno de Frondizi, y que los trabajadores vieron, no sin razón, como avanzada privatizadora. La huelga contra el Plan duró más de 40 días. El gobierno decidió romper el paro con carneros –corría 1961– y órdenes represivas. Los trabajadores se refugiaron en campos de alrededor. Se sabían buscados. El tren manejado por rompehuelgas se acercaba: “un grupo de mujeres, muy bravas y luchadoras –en realidad no eran luchadoras históricas, sino que lo descubrieron ahí– que vivían cerca de las vías dijeron ‘por acá no va a pasar’, se lanzaron a la vía, se llamaban entre las vecinas, fueron a las vías y había una pila de durmiente por ahí y comenzaron a levantar esos durmientes pesados y los atravesaron en las vías… y el tren tuvo que parar”, narró una bibliotecaria. La huelga triunfó a medias: el Plan fue suspendido pero los talleres cerrados no fueron reabiertos.
La historia es preciosa y pensé mucho en ella en estos días. En ese momento de descubrimiento del propio destino, el encuentro con una suerte de heroísmo que no imaginaban ni esperaban para sí. Una bifurcación o un cruce de vías que no por sorprendente fue esquivado. Quince años después otras mujeres que hasta allí no eran militantes, produjeron un acontecimiento político al reclamar la aparición con vida de sus hijos. Las militancias anteriores, con sus retóricas, su tenacidad, su voluntad férrea cuando se trata de caminar el desierto, a veces festejan esos descubrimientos, otras los ahogan o los temen. O quedan a la espera de enlazarlos con las lógicas anteriores. Quizás esas saboteadoras del tren se hicieron militantes. Quizás no. Sólo pensaron que en ese momento y ahí había que decir no. Arrojarse sobre el freno de mano, para que bajo la apariencia del progreso modernizador, no se trafique la brutal destrucción de las condiciones de vida.
En 1922, las putas de San Julián, como narró Osvaldo Bayer con entusiasmo, se negaron a recibir a los soldados que habían reprimido a los huelguistas de la Patagonia. Los asesinos quedaban excluidos del pacto sexual y laboral. El paro igualaba a las mujeres con los peones rebeldes, en una sublevación que sería condenada con saña. Eran cinco. Decidieron decir no, poner el cuerpo en juego de otro modo: sustraerlo de la disposición que presupone el propio trabajo, para convertirlo en testimonio de una solidaridad de clase. No eran obreras sindicalizadas pero pararon. No tenían derechos laborales, pero crearon su derecho a decir que no. Ese acto de fundación es tan potente como el de las mujeres atravesando los durmientes en la vía del ferrocarril: encuentran en la fuerza común una potencia desconocida, una capacidad de resistir inesperada, un deseo de desobediencia.
Este 8 de marzo vuelven a tramarse esas historias, están en el fondo de la imaginación de un paro de mujeres. Entre las actividades del paro, hay previsto un trenazo: grupos de activistas sindicales, militantes sociales, estudiantes, vecinas, se están organizando para viajar en tren desde sus barrios conurbanos hasta el centro de Buenos Aires el miércoles. Circulan en la red los horarios en los que se convoca a tomar el tren en cada estación. El tren del 8 promete ser, a ciertas horas, territorio de propaganda y agitación. El Sarmiento, el Urquiza, el San Martín, el Roca, el Mitre. La tela de araña ferroviaria, con su centro capitalino, puede ser el esbozo de los senderos de nuestra propia ciudad utópica. Los que llevan y traen ese entusiasmo descubierto en común porque solo puede ser colectivo. El que enlaza el ¡no! con la lucha perseverante por el mundo en el que queremos vivir. Aunque no sepamos hacia donde nos lleva el deseo, sí sabemos que nos mueve.Página12.com
Hace unos años, ya muchos, hicimos una investigación sobre el desguace ferroviario. En especial, sobre los pueblos que habían tenido talleres ferroviarios. Cerrados y desarmados después del 94, al lado de las instalaciones vacías malvivían los pueblos. En uno de ellos, Laguna Paiva, hicimos varias entrevistas. Calor santafecino –siestas interminables que dejaban las calles vacías– y memoria de tiempos mejores. La ciudad ostentaba orgullosa el mote de “Paiva la heroica”. Había sido la última trinchera contra el Plan Larkin, el intento de reforma ferroviaria que hizo el gobierno de Frondizi, y que los trabajadores vieron, no sin razón, como avanzada privatizadora. La huelga contra el Plan duró más de 40 días. El gobierno decidió romper el paro con carneros –corría 1961– y órdenes represivas. Los trabajadores se refugiaron en campos de alrededor. Se sabían buscados. El tren manejado por rompehuelgas se acercaba: “un grupo de mujeres, muy bravas y luchadoras –en realidad no eran luchadoras históricas, sino que lo descubrieron ahí– que vivían cerca de las vías dijeron ‘por acá no va a pasar’, se lanzaron a la vía, se llamaban entre las vecinas, fueron a las vías y había una pila de durmiente por ahí y comenzaron a levantar esos durmientes pesados y los atravesaron en las vías… y el tren tuvo que parar”, narró una bibliotecaria. La huelga triunfó a medias: el Plan fue suspendido pero los talleres cerrados no fueron reabiertos.
La historia es preciosa y pensé mucho en ella en estos días. En ese momento de descubrimiento del propio destino, el encuentro con una suerte de heroísmo que no imaginaban ni esperaban para sí. Una bifurcación o un cruce de vías que no por sorprendente fue esquivado. Quince años después otras mujeres que hasta allí no eran militantes, produjeron un acontecimiento político al reclamar la aparición con vida de sus hijos. Las militancias anteriores, con sus retóricas, su tenacidad, su voluntad férrea cuando se trata de caminar el desierto, a veces festejan esos descubrimientos, otras los ahogan o los temen. O quedan a la espera de enlazarlos con las lógicas anteriores. Quizás esas saboteadoras del tren se hicieron militantes. Quizás no. Sólo pensaron que en ese momento y ahí había que decir no. Arrojarse sobre el freno de mano, para que bajo la apariencia del progreso modernizador, no se trafique la brutal destrucción de las condiciones de vida.
Foto gentileza: Frente de Izquierda
En 1922, las putas de San Julián, como narró Osvaldo Bayer con entusiasmo, se negaron a recibir a los soldados que habían reprimido a los huelguistas de la Patagonia. Los asesinos quedaban excluidos del pacto sexual y laboral. El paro igualaba a las mujeres con los peones rebeldes, en una sublevación que sería condenada con saña. Eran cinco. Decidieron decir no, poner el cuerpo en juego de otro modo: sustraerlo de la disposición que presupone el propio trabajo, para convertirlo en testimonio de una solidaridad de clase. No eran obreras sindicalizadas pero pararon. No tenían derechos laborales, pero crearon su derecho a decir que no. Ese acto de fundación es tan potente como el de las mujeres atravesando los durmientes en la vía del ferrocarril: encuentran en la fuerza común una potencia desconocida, una capacidad de resistir inesperada, un deseo de desobediencia.
Este 8 de marzo vuelven a tramarse esas historias, están en el fondo de la imaginación de un paro de mujeres. Entre las actividades del paro, hay previsto un trenazo: grupos de activistas sindicales, militantes sociales, estudiantes, vecinas, se están organizando para viajar en tren desde sus barrios conurbanos hasta el centro de Buenos Aires el miércoles. Circulan en la red los horarios en los que se convoca a tomar el tren en cada estación. El tren del 8 promete ser, a ciertas horas, territorio de propaganda y agitación. El Sarmiento, el Urquiza, el San Martín, el Roca, el Mitre. La tela de araña ferroviaria, con su centro capitalino, puede ser el esbozo de los senderos de nuestra propia ciudad utópica. Los que llevan y traen ese entusiasmo descubierto en común porque solo puede ser colectivo. El que enlaza el ¡no! con la lucha perseverante por el mundo en el que queremos vivir. Aunque no sepamos hacia donde nos lleva el deseo, sí sabemos que nos mueve.Página12.com