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Cinco ferroviarios mantienen viva la historia del pueblo que está ubicado a 70 kilómetros de Viedma.
Ya no suenan las campanas, ni en la escuela ni en la estación. Sólo el viento patagónico discurre entre el puñado de casitas de durmientes que supo ser el barrio ferroviario de Vicealmirante Eduardo O’Connor, a unos 70 kilómetros de Viedma en dirección a San Antonio Oeste.
Apenas el martilleo de los operarios de la cuadrilla del tren que remueven rieles y tirafondos se escucha a lo lejos. Alguna vez vivió un centenar de personas en el pequeño poblado. Hasta hace siete años la escuela albergaba el griterío de los niños y la voz didáctica de los docentes.
El tren dejó de parar frente a la estación. Lo hace debajo del tanque de agua. (Marcelo Ochoa)
Hoy crepita un fuego en el hogar del salón principal y se oye una pava que chilla en la cocina a gas. Un televisor está encendido en el comedor y las puertas de las que fueron aulas, hoy transformadas en habitaciones, permanecen cerradas.
Las ocupan los obreros de Tren Patagónico, que cansados de morar en las derruidas viviendas ferroviarias, abandonadas a principios de los 90, pidieron mayores comodidades y fueron enviados al edificio escolar, convertido ahora en colonia para los trabajadores. Allí tienen luz, agua, gas, tv satelital y comodidades que no hay ni cerca en las casas de madera.
Matías Ñancucheo y Leandro Martínez posan delante de las casas abandonadas. (Marcelo Ochoa)
Leandro Martínez y Matías Ñancucheo recibieron a Río Negro en la recorrida por el paraje. Dos de sus compañeros no están porque uno asistió a un curso en Viedma y el restante tuvo licencia. En su casa, en tanto, se prepara para ir a la capital en el auto, un quinto operario: Gerardo Martínez, guitarrero, peón de campo hoy también incorporado a la planta de la empresa ferroviaria.
De la Estación apenas quedan las chapas, las puertas y el cartel, pero ya no funciona como tal. El tren, cuando realiza una parada rápida a fin de levantar a algún solitario pasajero, lo hace cerca de las viviendas, frente al tanque de agua.
En una de las viviendas abandonadas guardan la zorra. (Marcelo Ochoa)
La Estación Vicealmirante Eduardo O’Connor congregó a decenas de ferroviarios y fueron cientos los que pasaron por allí, permanecieron algunos años y luego partieron a otras destinos. Sus hijos, hoy adultos que habitan en diferentes ciudades, se llevaron recuerdos de aquellos años en O’Connor y muchos pensarán en volver a visitar el sitio en el que crecieron, cada vez que pasan por cercanías del kilómtero 1030 de la Ruta Nacional N° 3.
Desde allí, diez kilómetros hacia el mar, pasan las vías y se creó ese pequeño pueblo. Varios campos bastante productivos rodean el lugar y la existencia del acueducto ganadero turístico en las inmediaciones provoca alguna expectativa favorable entre los campesinos.
En O’Connor ya no doblan las campanas. Así se encuentra la estación. (Marcelo Ochoa)
El cierre del ramal Plaza Constitución - Bariloche tras la privatización de los ferrocarriles y la reducción de los viajes de trenes cargueros les dieron golpes de muerte a muchos pequeños poblados que se habían desarrollado a la vera de los rieles. Sefepa, en su momento -hoy Tren Patagónico- en manos de la Provincia de Río Negro, mantuvo la frecuencia semanal de ida y vuelta entre Viedma y la cordillera, pero ya no están las dotaciones de personal que permitan dar vida a esas comunidades.
La escuela se mantuvo algún tiempo más, fundamentalmente con la asistencia de chicos de los campos, y algunos de las ciudades cercanas cuyas familias optaban por enviarlos a cursar a ese establecimiento rural. En 2009, el gobierno de Saiz, invocando la convención Internacional de los Derechos del Niño y otras normas, emitió la resolución que disponía cerrar la escuela que entonces alojaba exclusivamente a niños en situación de vulnerabilidad social.
En esa ocasión, se decidió además suprimir un cargo de director y cuatro docentes que fueron trasladados a otros sitios. Luego, la gestión de Marcelo Mango al frente del Ministerio cedió la escuela a Tren Patagónico para evitar que se deteriorara y alentó algunos convenios con ongs para el uso de las instalaciones, pero no prosperaron.
Gerardo no planea irse de O´Connor. (Marcelo Ochoa)
Pero ya nada queda del pueblo que fue. La decenas de viviendas de durmientes están sin ocupar y necesitan mucho trabajo para poder acondicionarlas. Se mantiene en pie, la única de material -que pudo haber sido la casa del capataz de la cuadrilla o de algún jefe- que es en la que reside Gerardo Martínez. En otro extremo, un puestero solitario ocupa otra de las pequeñas casillas.
Los operarios de Tren Patagónico que residen en la Escuela permanecen de lunes a viernes y los fines de semana van a sus casas. Matías es de Clemente Onelli, y se va con el tren los viernes a la tarde. En cambio Leandro parte a Viedma en su auto.
Gerardo, sin embargo, es hombre de campo y su idea es quedarse, aún después de jubilado. Va a la capital a buscar a su mujer y los tres hijos y vuelve a pasar el fin de semana en O’Connor, con sus caballos, sus animales, haciendo embutidos de cerdo, sobando algunos cueros o despuntando el vicio de milonguear con su guitarra.
Guitarrero, peón y ferroviario
Gerardo Martínez fue testigo de mejores tiempos en el paraje. Cuando decenas de chicos asistían al colegio y un centenar de personas habitante el lugar. “Nunca hubo negocios, pero venían seguido los mercachifles, vendían provisiones y compraban algunos cueros o cosas que se elaboraran acá y seguían a otros pueblos”, recuerda.
El se dedicó siempre a las tareas rurales, y O´Connor fue el sitio en el que más tiempo permaneció. Allí vio pasar a cientos de ferroviarios que se instalaban un tiempo y partían hacia otros puntos de los ramales. La escuela, primero más precaria y luego con mayores comodidades recibió a decenas de alumnos hasta que fue tan baja la matrícula, que el gobierno decidió cerrarla.
“Siempre me dediqué a la faena del campo, todo, desde domar, arriar, marcar, lo que sea. Aprendí en Guardia Mitre, con mi padre, en tiempos en que era cuestión de ayudar o ayudar “, cuenta Martínez.
Su esposa fue portera en la escuela de O’Connor y también se crió en el campo. Al cerrar el establecimiento, la enviaron a trabajar a Viedma, pero ya planifican la vida juntos en el ámbito rural.DiarioRíoNegroViedma