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Nicolás Sonnante era una promesa del boxeo. A los 17 años cayó de una formación de la Línea Belgrano Norte porque una puerta abierta lo golpeó en la frenada al llegar al andén. Es el único ramal cuyos coches de pasajeros aún no tiene sus puertas automatizadas. La madre del joven, que enfermó de cáncer luego de la tragedia, pelea para que eso cambie
-Chau má, los amo…
Nicolás Sonnante se despidió de su mamá, Analía; de su papá, Claudio; y de su hermano menor, Santino. Cerró la puerta de su casa de Munro y salió a la calle. Ese sábado había cenado sushi, su comida favorita, en familia. Era boxeador amateur, estaba preseleccionado para el equipo que se preparaba para los Juegos Olímpicos de la Juventud de 2018 y ese día había entrenado duro. Típico de sus 17 años, se había quedado con hambre. Su grupo de amigos lo invitó a jugar a la play y a comer pizza a la casa de Lucas, que vivía frente a la estación Florida de la Línea Belgrano Norte. Agarró una botella de espumante para llevar y la guardó en una bolsita de supermercado. Eran alrededor de las 23.45 del 24 de junio de 2017 y a pesar de ser invierno, la noche estaba pesada, húmeda. Debía caminar siete u ocho cuadras nomás, pero después de un trecho escuchó que llegaba el tren y regresó corriendo los 100 metros que lo separaban de la estación Munro.
Un tipo de coche de pasajeros que circula en formaciones de la Línea Belgrano Norte de la empresa concesionaria Ferrovías SAC
A las 23.50 horas, Nicolás subió al primer coche (el U4368) del tren de pasajeros Nro. 208, compuesta por una locomotora que conducía el maquinista Miguel Navarro Lafuente y seis coches. Venía -según dijeron testigos- con bastante retraso. Se sentó en la segunda hilera de asientos desde la puerta. Estaba vestido con una remera verde con camuflaje, jeans y un chaleco gris. Sacó del bolsillo su celular, un Motorola blanco, y habló. Un testigo recordó lo que dijo: “Amigo, ya estoy en el tren… en cinco llego”.
Analía y Claudio se quedaron tranquilos. Nicolás siempre les mandaba un mensaje cuando llegaba a un lugar. Se fueron a la cama y pusieron TN para ver La Viola. Pasaron 25 minutos, y Nico no avisaba. El celu de Analía se estaba actualizando, así que esperaron: por lo general, la madre era la destinataria del “llegué”. Cuando empezó el programa, la banda que tocaba arrancó con Adiós Nonino, de Piazzolla. Analía, de repente, se puso a llorar. Le pidió a Santino que ubicara urgente a su hermano. Le dijo que no respondía. “En ese preciso momento supe que mi hijo no estaba más con vida”, dice hoy la mujer.
Claudio se vistió a las apuradas. Mientras tanto, llamó a la casa de Lucas y lo atendió la madre, que estaba en shock: “Pasó algo terrible”, repitió la mujer, pero no dijo nada más. Claudio cortó y corrió por la calle que bordeaba las vías. Cuando iba llegando a la estación Carapachay el corazón se le salió por la boca. Vio patrulleros, una ambulancia. Y un tren detenido en el andén. “Había un cuerpo tapado sobre las vías, y no me dejaban pasar. Perdí el control de todo, creo que tiré a alguno a la mierda y grité ‘que no sea, que no sea’. Me tiré a las vías y destapé el cuerpo. Tenía la esperanza que lo hubieran querido robar, le hubiera pegado una trompada a alguno y estuviera detenido. Pero no. Era Nico, tirado de espaldas, boca abajo…”, recuerda Claudio aquella imagen que ni en cien vidas va a poder borrar de su cabeza. Un policía le alcanzó la bolsa con la botella que llevaba su hijo, inconcebiblemente intacta. Claudio, que habitualmente no bebe, en su desesperación la abrió, y se puso a tomar del pico a grandes sorbos. “La destapé antes que llegara mi familia porque dije ¿qué hago? Estaba a los gritos, y creo que eso, en ese momento, me salvó de la locura, me bajó… es que el hilo entre la locura y la cordura es muy finito”.
Analía se enteró poco después, por teléfono, cuando la atendió el tío del amigo de Nicolás y disparó sin preámbulos: “Está muerto, señora”. Sólo atinó a tirar el celular y empezar a llorar. El tiempo no atemperó el vacío que les dejó el hijo mayor. La mujer dice, sobre su esposo: “Todas las noches, él se despertaba a los gritos, pero claro, hay situaciones que yo no vi, y no me dejaron ver”. Claudio, a su lado, completa: “No es cuestión de ver… imaginate juntar los pedazos de tu hijo y ponerlos sobre él”.
La tragedia
Lo que sucedió con Nicolás aquella noche fue relatado por testigos, pasajeros que viajaban en el mismo coche. Así quedó registrado en la resolución del fiscal Gastón Larramendi, de la Unidad Funcional de Instrucción de Vicente López Oeste, que archivó la causa penal el 17 de agosto de 2021, sin llegar a la etapa de juicio y, en consecuencia, sin culpables. Por ejemplo, Carlos Alberto Martínez, el hombre que involuntariamente escuchó sus últimas palabras, recordaba -dice el expediente- que Nicolás se sentó detrás de él. Luego, el testigo señaló: “el tren circulaba a una velocidad muy fuerte”... “este chico se paró frente a la puerta encontrándose la misma semiabierta, como estando apresto (SIC) para descender y, en un momento dado, ya estando a la altura del andén, el tren frenó de golpe para luego arrancar de vuelta la marcha, es decir, es como que frena intempestivamente sin perjuicio que seguía en marcha y en ese momento es cuando la puerta se rebate y lo empuja hacia afuera”... “El chico tenía las manos ocupadas por que en una tenía el celular y en la otra una bolsa que parecía que tenía una botella en su interior” y por eso, estimó, no se pudo tomar del pasamanos o del estribo.
Luego, según las pericias, Nicolás golpeó sus piernas contra el andén y se deslizó por el hueco que existe entre el mismo y la formación del tren, donde, según el abogado de la familia, Schick, “había un espacio de alrededor de 60 centímetros”. Cuanto cayó a las vías, el bogie (donde van las ruedas) le provocó atrición. Tuvo una muerte violenta. Y en el acto: el resto de los coches le pasó por encima. Cuando el tren se detuvo, su cuerpo estaba a unos 60 metros del último coche, boca abajo.
El fiscal desestimó la alta velocidad de la formación como causa de la muerte de Nicolás, amparado en que las pericias indicaron que el tren había rodado, entre Munro y Florida, a 62 km/h, siendo la máxima permitida de 70 km/h; y que al ingresar a la estación, circulaba a 39 km/h. En este punto, Larramendi se basó en que, según la CNRT (Comisión Nacional de Regulación del Transporte), “no existe una velocidad permitida específica de ingreso a las estaciones”. La CNRT, además, avaló el factor del accionar de las puertas en el hecho. En la causa se señala que “se encuentra permitido tener puertas de apertura manual con picaporte”.
Pero este es el punto central. El perito por parte de la familia, licenciado Jorge Oscar Geretto, sostiene en la causa que posee “la plena convicción que si la empresa concesionaria Ferrovías S.A. hubiera operado el tren del accidente con el diseño del prototipo presentado el 30 de Diciembre de 2003 en el Taller de Emepa en Chascomús… el menor Sonnante no se hubiera proyectado al exterior del tren, no se hubiera caído a la plataforma ni hubiera sido arrollado por el tren”. El prototipo al que se refiere tenía puertas de apertura y cerrado automático, que sólo abren cuando la formación se detiene en el andén. El Belgrano Norte es el único tren metropolitano que aún posee puertas de apertura manual.
En cambio, el juicio civil que la familia entabló al operador de la línea tuvo otro final. El juez Damián Esteban Ventura, del Juzgado Civil 53 de Vicente López, obligó a pagar por su responsabilidad en la tragedia a la empresa concesionaria Ferrovías S.A. y a Nación Seguros S.A. Según escribió el magistrado en su sentencia, “el hecho de que la víctima hubiese abierto voluntariamente la puerta, posicionándose al borde de la formación con sus manos ocupadas, en circunstancias en que el tren aún se encontraba en movimiento antes de arribar a la estación (Nota: como señaló la parte acusada)… no parece suficiente para desplazar siquiera parcialmente el nexo causal, dado que dicha conducta no resulta imprevisible ni inevitable para la empresa prestadora del servicio”.
Ahora, luego de la apelación de la empresa ferroviaria y la familia de Nicolás -que lo hizo para corregir un ítem nombrado como “daños punitivos”-, queda esperar la nueva instancia que tendrán a cargo los jueces de la Sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, integrada por los magistrados Marisa Sandra Sorini, Ricardo Li Rosi y José Benito Fajre.
Pero más allá del fallo favorable de la justicia civil en primera instancia, la lucha de Analía es para que no haya más madres que sufran como ella por una muerte absurda: “Logré un montón de cosas, pero lo más importante no, que son las puertas automáticas. Y lo voy a pedir hasta el día que me muera”. “El dinero no nos devuelve nada”, añade Claudio.
Las estadísticas que publicó la CNRT sobre el Belgrano Norte pintan perfecto el panorama del ramal. Desde el 2005 al 2017, de 12.776 accidentes que hubo en total, 8958 fueron por golpes o caídas, el 70,1%. En ellos se produjeron 9206 heridos y 54 muertos. “Posterior al 2017 no hay nada publicado. Lo pedimos por oficio y no hay…”, dice el abogado de la familia, el Dr. Nicolás Sc
Infobae se comunicó con Ferrovías, que envió los casos que contabilizaron el año pasado. Según sus números, hubo 36 accidentes graves y 30 mortales, “la mayor parte suicidios”, puntualizaron desde la empresa. En cuanto a caídas, fueron 13 y en 3 casos hubo fallecidos. Además, indicaron que en 2023,la Línea Belgrano Norte transportó 31 millones de pasajeros en 48 mil servicios de trenes. Desde el 2021, el ministerio de Transporte hizo modificaciones en las 23 estaciones del ramal, como la colocación de nuevos andenes, donde desapareció el hueco por donde cayó Nicolás y se cambiaron las escaleras de las formaciones por plataformas. Pero las puertas siguen igual. Según informaron desde la compañía, no hay planes inmediatos de colocar puertas automáticas.
La empresa concesionaria Ferrovías SAC, concesionaria de la línea desde 1994, tiene su contrato vencido, aunque fue prorrogado por el gobierno anterior hasta septiembre de este año. Luego no saben qué sucederá. En campaña, el presidente Javier Milei puso el foco sobre los ramales de los trenes metropolitanos y dijo que serían privatizados. Según publicó el 5 de marzo el medio especializado “En el subte”, “la idea del Gobierno no es ya concesionar sino, en la medida de lo posible, directamente vender la propiedad de las líneas, incluyendo material rodante, vías y estaciones” y mencionan a los dos interlocutores que habrían contactado desde la actual gestión: Metrovías (del grupo Roggio) y Ferrovías (EMEPA, del empresario Gabriel Romero) que entre sus concesiones tiene al Belgrano Norte. Desde Ferrovías desmintieron esa información en forma tajante: “No sabemos de dónde sacaron eso”.
El Dr. Schick sintetiza: “creemos que el Belgrano Norte será parte de una privatización, pero no se si Milei va a sostener la promesa o no. Esperemos que la condena sea dura para que el mercado vea que si el tren no es seguro, les va a pasar lo mismo. Esto es equiparable a la tragedia de Once”.
La lucha de una madre
Hoy, Analía y Claudio están juntos en el estudio de su abogado. A simple vista se ven los tatuajes que lleva en su brazo derecho la mujer: “Eternamente unidos” y “Nico 22″. Es que a Nicolás lo llevan en tiempo presente. “Nosotros tenemos dos hijos. Digo tenemos porque Nico, de alguna manera, está con nosotros. Son 17 años de compartir una vida como familia, es como una mesa que tiene cuatro patas”, cuenta Analía. Cuando la muerte de su hijo sucedió, dice la mujer, “me quedaban dos opciones: tirarme en una cama a llorar a ese hijo, o empezar a honrar todo lo que él te enseñó en esta vida. Porque me enseñó un montón, fundamentalmente a luchar. Y eso es lo que hice hasta el día de hoy. Pero de ahí en más la vida cambió para siempre en un segundo, y nunca más será lo mismo”.
Nicolás fue un bebé muy buscado, explican ambos padres.”Hicimos muchos tratamientos de fertilidad. En ese momento habremos gastado el valor de una propiedad, porque ninguna obra social o prepaga lo cubría”, comienza Claudio. “Fueron tres años buscándolo y bueno, cuando desistimos de la idea y quedamos en paz, con la tristeza de pensar que no íbamos a ser papás, no sabemos cómo ni por qué, dio resultado. Siempre dije que mi primer hijo sería varón y de Piscis, y así fue”, completa la madre. Nicolás nació el 10 de marzo de 2000 a las 14.48 horas en la Maternidad Suizo Argentina.
Desde chico le gustó el deporte. Primero fueron los autos de carrera. Iba toda la familia a ver TC Pista al Autódromo de Buenos Aires, y reconocía todas las marcas de automóviles. Y cuando creció, se apasionó por el boxeo. “Ese fue todo un tema”, advierte Claudio. “La verdad es que en la escuela fue víctima de bullying porque era gordito. Y bueno, la cuestión es que un día vino una de sus primas y le dijo que en el Club Vecinal de Munro había boxeo recreativo. Le fascinó, pero de tal manera, que empezó a entrenar. En un año bajó como 22 kilos con gimnasia”, completa.
El boxeo se convirtió en su norte. Con cuerpo de súper welter (medía 1,69 y pesaba alrededor de 70 kilos), a los 12 años ya llamaba la atención. Enseguida lo vio Charly Rodríguez, el costarricense que dirigía al Macro Boxing Team de la familia Brito. En poco tiempo consiguió la licencia de la FAB (Federación Argentina de Box) y lo preseleccionaron para el equipo amateur que se preparaba para los Juegos Olímpicos de la Juventud que se harían en Buenos Aires en 2018. Hizo guantes con boxeadores de la talla de La Joya Chávez -luego campeón mundial-, colaboró con Joaquín Furriel cuando grabó Sos mi hombre, y tuvo en su rincón a Luciano Castro. Cuando murió, Osvaldo Príncipi lo recordó como “una promesa”. “De los 12 a los 17 fueron los cinco años más felices de su vida, porque él hizo literalmente lo que más amaba en su vida. No había respiro… Nico me decía ‘yo nunca tuve tan clara mi vida, mamá, yo voy a ser campeón mundial’”, dice Analía.
La mujer es la menor de cinco hermanos. Todos viven en un radio de cinco cuadras. Un familión. Y el punto de encuentro siempre era el mismo: la casa de su madre. “Es todo el pulmón de manzana, y cuando mi suegra partió, la compramos, por los recuerdos y por el lugar”. Hoy, si pudieran la pondrían en venta. Durante algunos años, la habitación de Nicolás quedó intacta. Allí estaban sus guantes de boxeo, las remeras que guardaba en perfecto orden, según la progresión cromática, muchos recuerdos. “No podía ni siquiera sacar sus sábanas. Levantaba su acolchado, metía la cabeza dentro de las sábanas y sentía el olor de Nico. No podía, hasta que un día dije ¡basta!”, explica Analía. La casa familiar, de a poco, se convirtió en otra carga, un lugar donde la ausencia del hijo se podía palpar en cada rincón. “En esa casa criamos a nuestros hijos. Pero después empezó a ser muy duro, sobre todo en el silencio de la noche, cuando pasaba el tren. Pero vino la pandemia, y ahora… andá a vendersela a alguien”, reconoce la mujer. “Y después se suscitó la enfermedad de ella”, lamenta Claudio.
Las tragedias siempre dejan huella. No sólo en el alma, también en el cuerpo. Y el cuerpo, a Analía, le pasó factura. “Cuando Claudio me llamó esa madrugada, me dijo ‘es Nico, me voy a poner adelante del próximo tren que venga y ya está’. Y le dije que no, que no iba a hacer eso. A partir de ahí me puse la capa de Batichica y salí a la vida, a tratar de no caerme y que él no se cayera. Pero sobre todo, que Santino se siguiera criando con valores, de una forma sana. No quería ser la peor versión de la mamá. Asumí un rol que pagué muy caro y no me arrepiento, lo volvería a hacer”.
Durante la pandemia, Analía comenzó a brotarse. Y un día, mientras buscaba un carry on para un viaje, se cayó de una escalera y se golpeó contra el respaldo de la cama. Fue al médico, le hicieron una tomografía computada y empezó otra lucha. Esta vez, por su propia vida. “Salió que tenía un tumor en el pulmón… Ese fue el costo. Ahora estoy en tratamiento con quimio, te imaginás que este no es mi pelo (se toca la cabeza). Me operaron los ganglios, me sacaron casi medio pulmón. Y la enfermedad persiste. Es muy duro, pero estoy viva”.
Analía dirige la sala de arte del Concejo Deliberante de Vicente López. Dice que trabajar le hace bien. “Tengo la suerte de dedicarme a lo que me gusta”, repite. Y afirma que sigue adelante por su familia.
Cuando les entregaron el cuerpo de Nicolás, lo velaron en el gimnasio del club Colegiales, del que era hincha. Lo despidieron 800 personas. Hoy está enterrado en el cementerio Jardín de Paz. Allí lo va a visitar su papá. Analía no, porque, dice, “para mí está conmigo, es una persona de luz que me acompaña”. El futuro, para ella, se resume en un solo deseo: “Quiero estar viva para ver la sentencia”.Infobae.com