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Tras
haber recibido un presupuesto millonario para acondicionar los trenes y el
sistema de documentos, luego de las palabras elogiosas de Cristina y de la
publicidad en la TV, el ministro se enfrentó a una cruel realidad: en el
peronismo no hay vocación de perder detrás de una posición "purista"
Debe
ser feo estar en los zapatos de Florencio Randazzo en estos momentos.
El
ministro de Interior y Transporte, quien durante meses estuvo convencido de ser
el candidato preferido y bendecido por Cristina Kirchner, está experimentando
el sabor amargo de la decepción.
Aunque
nadie está en su mente, no resulta difícil imaginarse que también se está
sintiendo traicionado luego de haber recibido la shockeante noticia de que
Carlos Zannini será el compañero de fórmula de Daniel Scioli.
O,
dicho en otras palabras, que finalmente Cristina acordó con el gobernador y le
dio su aval para ser el "único" candidato oficial del Frente Para la
Victoria.
Por
estas horas, muchos acusarán a Randazzo de ingenuo, por haber pensado que
recibiría el apoyo presidencial aun cuando las encuestas marcaran con claridad
su imposibilidad de ganarle a Scioli en las primarias.
Se
lo culpará por no entender la política real ni la pragmática esencia del
peronismo.
Pero
ese es el análisis con el diario del lunes. Lo cierto es que, hasta el martes a
la noche, tenía sobradas razones para el optimismo.
En
la interpretación de las señales de Cristina -ese deporte nacional que
practican políticos, periodistas y empresarios- parecía no haber dudas sobre
quién era el preferido.
Desde
hacía ya varios meses, Scioli venía siendo objeto de ataques, ya sea por haber
asistido a un stand veraniego del Grupo Clarín como por sus definiciones
ambiguas respecto de la política económica.
Randazzo
disfrutaba de esas embestidas contra su contrincante político, mientras recibía
el cariño de Cristina, expresado no sólo en gestos sino en dólares contantes y
sonantes.
Cada
inauguración de obras vinculadas con el ferrocarril o con el sistema de DNI y
pasaportes, contaba con un discurso de la Presidenta. Además, implicaban un
fuerte desembolso de fondos públicos.
¿Sobre
Rieles?
Las
inversiones en concepto de renovación del sistema ferroviario llevan acumulados
unos u$s1.200 millones desde que -tras la tragedia de Once- el Gobierno
cambiara su política e iniciara la "gestión Randazzo".
Gran
parte del giro pro-chino en la política exterior argentina tuvo como objetivo
la obtención de esos fondos. Por lo pronto, hay nuevos vagones. La firma CSR,
que en 2013 ya había firmado contratos por u$s1.000 millones para trenes
interurbanos acaba de adjudicarse otro por u$s274 millones.
El
ministro no se salvó de las críticas. Tanto desde el gremio ferroviario como de
la oposición política se cuestionó su estrategia, a la que se acusó de
priorizar lo que resultara más visible y redituable desde el punto de vista
electoral.
Incluso,
su gestión ha sido objeto de investigación por parte del fiscal Gerardo
Pollicita, que pidió explicaciones luego de las denuncias por presunto pago de
sobreprecios, que podrían llegar hasta un 30 por ciento.
Pero
ni esas acusaciones ni los frecuentes incidentes con los trenes -a los que
Randazzo nunca dudó en calificar como sabotajes- llegaron a perjudicar su
imagen de gestor.
Las
usinas de propaganda oficial ensalzaron las bondades de la gestión estatal,
recurriendo para ello a la comparación entre la línea Sarmiento -que depende
del ministro - y las que, en teoría, eran privadas.
Destacaron
que la cantidad de pasajeros -al menos, los que pagan- se incrementó un 246%
contra el 15% de los otros ramales. En cuanto a los costos, registró un
incremento de apenas 17% mientras que el San Martín enfrentó subas de 77%.
Además,
festejaron la reestatización del ferrocarril, en un intento por darle un tono
de gesta épica y de asimilarlo a la histórica estatización de Juan Perón en
1948.
No
por nada, el propio Randazzo -al asumir la gestión ferroviaria luego del accidente
de Once- pidió tiempo para ver resultados, porque "no se puede resolver en
meses lo que no se hizo en 50 años".
La
frase fue dicha delante de Cristina Kirchner y todos leyeron entrelíneas la
acusación tácita en su afirmación: diez de esos cincuenta años a los que aludía
el ministro habían transcurrido bajo el gobierno kirchnerista.
Criticando
con entusiasmo militante
Lo
cierto es que cada corte de cintas en una estación ferroviaria, cada discurso
amable de Cristina, cada repetición de esos "hitos" en los
entretiempos de Fútbol Para Todos terminaron por convencerlo de que él sería el
elegido.
Hasta
lo envalentonó y lo hizo apostar fuerte a marcar diferencias con el gobernador
bonaerense, al punto de acusarlo de ser lo mismo que Massa y Macri.
Es
decir, planteó que en la mismísima interna del Frente Para la Victoria se daría
la batalla entre "el proyecto nacional y popular" y el regreso al
liberalismo de los '90.
Su
momento de euforia máxima ocurrió cuando creyó haber sorprendido a Scioli
"in fraganti" en una postura favorable a arreglar con los fondos
buitre.
Randazzo
tomó una frase del economista Miguel Bein, presunto ministro "in
péctore" del eventual gobierno sciolista, en la que abogaba por terminar
con el litigio a través una negociación que implicara una quita en la cifra
adeudada.
Para
el ministro, esa afirmación dejaba al desnudo el "doble discurso" de
Scioli y su verdadero pensamiento a contramano del Gobierno nacional.
"Nuestra
posición es clara: no vamos a entrar en el juego de usureros que lucran con el
esfuerzo del pueblo. Nosotros pensamos en los argentinos", afirmó
Randazzo, al tiempo que reiteraba sus elogios hacia la gestión del ministro
Axel Kicillof.
En
esos días de gloria, disfrutó el agasajo en el entorno amigable de Carta
Abierta. Los intelectuales no sólo le dieron su explícito respaldo y su aureola
de prestigio sino que hasta le festejaron el chiste de dudoso gusto sobre cómo
el proyecto "quedaría manco" si Scioli lograba la presidencia.
El
entusiasmo se acrecentaba por aquellos encuestadores que afirmaban que no era
tan claro que el actual gobernador pudiera ganar en las primarias y que la
diferencia entre ambos candidatos se venía reduciendo sin pausa.
Artemio
López, el más connotado de los politólogos afines al oficialismo, venía
pregonando la idea de que el kirchnerismo no debía resignarse a quedar diluido
en una candidatura "light", dirigida a captar votos de indecisos,
sino que debía reforzar su perfil combativo.
Pero
el sueño terminó. Tarde y de la peor manera. Randazzo se enteró que la
apelación al "baño de humildad" -que él creía que era la manera en
que la Presidenta allanaba el camino a su candidatura- también lo incluía a él
mismo.
El
heredero que nunca llegó a "medir"
La
gran dificultad de Randazzo por estas horas debe ser la de pensar con la cabeza
fría.
Por
un lado, siente la sensación de traición, al ver que Zannini -uno de los
ideólogos e impulsores de su candidatura presidencial- aparece ahora en la
vereda de enfrente.
Pero,
por otro, está la nada desdeñable oferta de una postulación a la gobernación de
la provincia de Buenos Aires, también en un régimen de candidatura única, dado
que es un secreto a voces que Aníbal Fernández declinaría su nominación si él
aceptara.
Sea
cual fuere la decisión, su situación es incómoda. Hacer campaña a favor de
"Scioli presidente" tiene demasiado gusto a humillación y contradice
el tono agresivo que había sostenido hasta ahora.
Pero
mantener esa distancia y la acusación de traidor en potencia también es
difícil, luego de que Scioli recibiera la bendición de Cristina y de la plana
directriz de La Cámpora.
En
definitiva, Randazzo parece haber cumplido apenas la función de "sparring"
para ayudar al actual gobernador a definir y a consolidar su posicionamiento
como candidato del "modelo K".
Un
rol que podría asimilarse al que jugó, involuntariamente, Sergio Massa respecto
de Mauricio Macri.
Es
una de las lecciones de este momento: la política puede ser cruel, pero tiene
su lógica implacable. Los tiempos de la "política real" fueron más
rápidos que los del calendario electoral, de manera que las luchas internas se
definieron antes de que llegara el día de la elección.
Con
el tiempo, Randazzo entenderá que no hubo "nada personal". Acaso le
habría venido bien atender la acertada e ilustrativa frase del salteño Juan
Manuel Urtubey cuando le pidieron su opinión sobre Scioli.
"Cuando
tenga un candidato a Presidente, que todavía no lo tengo, me va a empezar a
parecer un gran dirigente; en septiembre me va a parecer que es lo más cercano
a los postulados del peronismo y en octubre, cuando gane las elecciones, me va
a parecer la reencarnación de Perón", afirmó.
Ahora,
todo indica que ya tiene su candidato, al igual que el resto de sus colegas
gobernadores. Se llama Scioli.
Lo
que se vio en estos días es el peronismo en su esencia más pura. Y lo que,
observado desde afuera puede parecer una contradicción, no es más que el
pragmatismo de un movimiento que puede perdonar todo menos una derrota
electoral.
Scioli
tiene los votos, y entonces "los pibes para la liberación" se
tragarán su desconfianza y sus reproches previos para votar al candidato único.
Randazzo,
que nunca "midió" en las encuestas, habrá quedado con el sinsabor de
haber encarnado al "heredero que no fue".
Nunca
viene mal recordar la célebre definición del general, que decía que los
peronistas son como los gatos, porque cuando hacen mucho ruido, parece que se
están peleando pero en realidad se están reproduciendo. Mejor no ahondar sobre
qué rol le cupo a Randazzo en esa situación.IProfesional.com