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30 de enero de 2021

Alpatacal

Cartas de Lectores

Señor Director de Crónica Ferroviaria

Acabo de leer Crónica Ferroviaria y me entero que se está mejorando el tramo de vías de la Línea San Martín Cargas entre las estaciones Cadetes Chilenos y Mosmota. 

Eso despertó en mi memoria las historias que me contaba mi abuelo, Alejandro Von Boichetta, un austríaco ingeniero ferroviario militar que llegó al país a fines del siglo 19. Yo era un niño, pero sus historias me fascinaban y eso sembró la semilla de mi pasión por los trenes. Cuando el falleció, su hijo, mi tío, continuó con las sagas, ya que él también era ferroviario.

Una de la historia más apasionante fue un accidente en la estación Alpatacal, donde un expreso procedente de Mendoza con militares chilenos que se dirigía a Buenos Aires para estar presentes el 9 de Julio de 1927 en el desfile de nuestra independencia. 

El expreso debía cruzarse con un carguero en dirección a Mendoza. Debido a errores operativos y la escasa visibilidad, los trenes colisionaron en dicha estación, provocando 30 muertos, 31 heridos y destrozos.

Mi abuelo en ese momento era Inspector General de las líneas inglesa y se encargó de la investigación, sus causas y cambios operativos y técnicos para evitar nuevos accidentes. Entre otras, él consideró que la importante era la iluminación. Las locomotoras de esa época poseían faros de (creo ya que mi memoria anda a los tumbos) carburo, que más que iluminar eran de posición, e insistió, ante los ingleses que estaban renuentes a dicha inversión, a colocar iluminación eléctrica. Cuestionó que hasta en la India los ferrocarriles (también propiedad de ingleses) ya tenían dicha tecnología.

La inversión no era pequeña, ya que había que instalar generadores impulsados a vapor, la instalación eléctrica y los faros. Él insistió, y dijo que una mejor iluminación que hubiera tenido al maquinista del expreso se habría percatado con suficiente anticipación que el carguero estaba en su vía, y no en el desvío.

Al final los ingleses aceptaron el cambio y las modificaciones comenzaron. A raíz de estos hechos la estación Alpatacal cambió de nombre por el de Cadetes Chilenos.

El monumento (creo de bronce) construido en recuerdo del hecho, fue robado por el valor del metal en algunos de los avatares de nuestra historia, quizá en la época donde las relaciones con Chile estaban algo deterioradas. Algunos grupos ultra en ciertas épocas se negaron a llamarla Cadetes Chilenos. Una lástima. Atte.

Alberto Latour

latoural1758@gmail.com

20 de julio de 2020

Alpatacal, la tragedia que enlutó a Mendoza

Historia Ferroviaria

Sucedió en julio de 1927, cuando una lejana estación de ferrocarril se convirtió en una noticia que recorrió el mundo

En julio de 1927, a unos 172 kilómetros de la ciudad de Mendoza, ocurrió una tragedia ferroviaria que será recordada como una de las peores catástrofes sufridas en la provincia. Fue entonces cuando la lejana estación de Alpatacal, en el departamento La Paz, se transformó en una noticia que recorrió el mundo.


Treinta muertos y 31 heridos fue el saldo del choque de dos trenes pertenecientes a la empresa ferroviaria Buenos Aires al Pacífico (BAP), en cuyos vagones transportaba hacia la capital metropolitana a un centenar de militares chilenos que participarían en la inauguración del monumento a Bartolomé Mitre y el desfile por el 9 de Julio. En ese siniestro también fueron víctimas una decena del personal ferroviario que en ese momento cumplía funciones en esa formación.

Por décadas los mendocinos llevaron en su memoria este accidente, al punto tal que se erigió un monumento en el lugar denominado La Chilena, y que fue robado en 2006. También una calle en Guaymallén lleva el nombre de Cadetes Chilenos.


Celebración entre pueblos hermanos

El gobierno argentino había realizado la invitación formal a varios países limítrofes como Paraguay, Chile, Brasil y Uruguay para asistir a una serie de actos que se iniciaban con la inauguración de la plaza Bartolomé Mitre y al día siguiente, la celebración del Día de la Independencia argentina. El país trasandino correspondió gentilmente, enviando una comisión militar.

El 6 de julio de 1927, desde la estación terminal del ferrocarril en la ciudad de Santiago Chile, partió, una delegación de la Escuela Militar de Chile, compuesta por su jefe, el coronel José María Barceló Lira, el mayor Héctor García, el ayudante capitán Carlos Meirelles y otros oficiales, entre ellos el director general de bandas Juan Casanova Vicuña. Viajaban, además, cadetes y la banda del Regimiento Nº 10 de Infantería ‘Lautaro’.

Padres y familiares de los militares saludaron desde el andén y minutos después el convoy partió hacia Mendoza. Después de varias horas, y tras pasar el macizo andino, el tren que conducía a los cadetes llegó a las 23.45 a la estación mendocina.

La última cena

Al llegar a la terminal ferroviaria local, la delegación militar chilena fue recibida por el gobernador de la provincia, doctor Alejandro Orfila; el senador electo Carlos W. Lencinas; el jefe del destacamento Cuyo, coronel Ergasto Saforcada, funcionarios y público en general, quienes les dieron una calurosa bienvenida.

La banda militar de Chile ejecutó algunas marchas y fueron recibidos por la banda del Regimiento 16 de Infantería, que se unió al son de diana. Al bajar de los vagones y dejar sus armas, los cadetes pasaron a la sala central de la estación, ornamentada con banderas argentinas y chilenas.


Momento después se los invitó a participar de un lunch para luego brindar entre los camaradas de ambos países en un gesto de gran amistad.

Ante el pedido del jefe de la Escuela Militar chilena dieron un triple hurra a la República Argentina, al ejército y al pueblo de Mendoza, que fue contestado con vivas por los participantes del acto.

El tren especial estaba preparado para salir de Mendoza pasada la medianoche, y estaba conformado por dos locomotoras con los números 1.407 y 1.516 conducidas por los maquinistas Avelino Bavio y José Guzzo, acompañados por los fogoneros Bordín y Quintana.

Llevaban además un vagón jaula con caballos de los militares chilenos, un furgón, un coche de primera clase, dos coches comedor y diez coches dormitorio. Todo estaba listo para marchar rumbo a Buenos Aires.

Una noche de fuego y dolor

En la madrugada del 7 de julio, la delegación militar chilena, subió al tren en el que partió rumbo a la Capital Federal.

Durante el viaje, una espesa niebla comenzó a bajar muy cerca de la zona de la estación Alpatacal; el maquinista percibió la bruma y comenzó a disminuir la velocidad. Mientras tanto, la mayoría de los pasajeros descansaban en los coches dormitorio.

Muy cerca de allí otro tren, denominado ‘El Internacional’, que venía desde Buenos Aires y se dirigía a Mendoza, permanecía detenido a unos cien metros, esperando el cambio de vía.

El maquinista que trasladaba a los cadetes chilenos vio demasiado tarde la otra locomotora, que surgió de pronto enfrente suyo e intentó frenar, pero no pudo evitar que ambos trenes impactaran violentamente.

Ni bien se produjo el choque, las calderas de las locomotoras explotaron e inmediatamente los vagones, al ser totalmente de madera, se prendieron fuego, incluyendo los que trasladaban a los caballos.

Nadie podía entender lo que en ese momento sucedía. De hecho, varios de los pasajeros que estaban durmiendo fueron alcanzados por las llamas y quedaron atrapados dentro de los camarotes. Otros, en cambio, saltaron a las vías salvando así su vida.

Muchos de los viajeros pensaron que el tren se había detenido bruscamente por algún obstáculo en el camino, lo que hizo que todos se quedaron quietos. Los que estaban allí no atinaron a salir y una desgarradora voz anunció la catástrofe.

Un camarero gritó: “¡Mi hijo se está quemando!", y al oírlo varios jóvenes cadetes se vistieron rápidamente, salieron súbitamente de los vagones traseros y se encontraron con un panorama dantesco, ya que las llamas iban consumiendo parte del convoy.

Cuerpos calcinados por todos lados, gritos de jóvenes militares adolescentes mezclados con gestos de heroísmo se dieron en pocos minutos durante aquella noche.

Cabe destacar que de los quince coches que llevaba el tren, nueve quedaron destruidos, y así de los 280 metros que medía de largo quedó reducido a solamente 60 metros.

Los cadetes que sobrevivieron provenían de los vagones traseros y el saldo del accidente fue de 30 muertos, entre ellos varios empleados de la empresa ferroviaria, entre los que se encontraron algunos cuerpos sin identificar por haber quedado totalmente carbonizados.

Inmediatamente, las autoridades de Mendoza fueron avisadas del fatal accidente, se montó un gran operativo y todas las ambulancias y coches disponibles partieron hacia el lugar del siniestro para trasladar a cientos de heridos, que fueron atendidos en el Hospital Provincial.

Aquella festiva celebración nacional se cubrió de luto y el triste recuerdo cobró forma de monumento en Alpatacal, el lugar de la tragedia.ElCiudadano.com