Sentado al borde del andén, la brisa fresca alivia el impiadoso sol del mediodía mientras a lo lejos los autos anuncian su paso con un tenue golpeteo sobre el paso a nivel cercano. Todo es paz, los pájaros cantan, a veces de cerca y otras de lejos, la gente va y viene por la calle como si nada pasara y de hecho en sus vidas nada nuevo acontece, sólo nosotros estamos fuera de lugar cual forasteros esperando a un costado, vaya uno a saber que.
Pueden pasar minutos, horas hasta que al fin se oye ese sonido tan esperado, una bocina a la distancia, inconfundible a nuestro entrenado oído. Nuestra espera llegó a su fin; nos aprestamos a preparar diligentemente nuestros elementos de trabajo (llámese cámara de fotos o video) y empezamos a mirar nuevamente una y otra vez desde qué ángulo saldrá mejor la toma, mientras los anuncios de la llegada se oyen cada vez más cerca. Las luces a la distancia empañadas por el vapor emanado del suelo, nos permiten empezar a imaginar de qué locomotora se puede llegar a tratar como si algo de importancia fuese.
El estruendo sonoro de la bocina casi nos aturde, mientras el tren ingresa en el último paso a nivel, ese que nos distrajo en la larga espera, ya no queda nada para que esté junto a nosotros, hasta que pasa por nuestro lado, como si nada nuevo ocurriese, y sigue su marcha en su derrotero estación por estación hacia su destino, mientras disfrutamos el crujir de los vagones con el zumbido del rodaje como fondo, el martilleo de las ruedas en una eclisa floja (siempre se tiene una a mano), y el nuevo sonar de la bocina aproximándose al siguiente paso a nivel. Y con la misma premura con que ingresó a esta estación, el tren se aleja dejando tras de si un pueblo o una ciudad, siendo nosotros testigos de ese momento aunque en el mundo nada haya cambiado.
Una pasión es indudable que nos une, el ferrocarril para nosotros lo es, mucho más que una afición, un hobbie o un berretín como se guste llamarlo. Se siente algo dentro, puede ser asombro, decepción, tristeza, bronca, impotencia, alegría e infinidad de sentimientos pero todos responden a un cariño más apasionado que racional. ¿Y qué hacemos nosotros por el ferrocarril más allá de admirarlo?. Hay quienes hacen pequeñas miniaturas como un testimonio de lo que ya no existe, o de lo que existe y quieren tenerlo bajo su techo o de lo que anhelan que pueda existir. Hay quienes recorren ramales activos y olvidados en busca de inmortalizar con fotografías algunos puntos de la red férrea nacional. Hay quienes participan en la edición de revistas y libros del género, y también hay quien alquila pequeños espacios radiales o dictan seminarios en universidades buscando cautivar al público hacia nuestra causa.
Pero ¿Qué hacemos cada uno de nosotros por el ferrocarril?. Es una respuesta que tiene mucho de introspectiva. Soy conciente de que para que este medio de transporte perdure, no sólo tiene que despertar pasión en nosotros, sino en todo el conjunto de la sociedad para que un reclamo firme ascienda desde el suelo hasta la altura, donde tiene que llegar para que algún día podamos soñar que se materialice un tren digno, confiable y que vuelva a despertar de un aletargado ocaso del cual muy poco hacemos para cambiarlo.
Emoción amigo.
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