Accidentes Ferroviarios
Por: Hernán Romero (para Crónica Ferroviaria)
En un día como el de hoy, pero del año 1981, ocurrió uno de los accidentes más relevantes de la historia ferroviaria argentina.
Siendo alrededor de las 04:25 horas de ese fatídico día, la formación de pasajeros traccionada por la locomotora GM modelo GT22CW Nro. 9004, colisionó contra un vagón cisterna, que momentos antes había descarrilado de la mano contraria, cayendo parte de éste, sobre la vía opuesta (o sea la descendente).
El tren de pasajeros denominado "La Luciérnaga" volvía desde estación Mar del Plata con 803 pasajeros, hacia la estación Plaza Constitución de la Línea Roca.
Las crónicas de aquellos años informaban de 34 muertos y 74 heridos.
A 43 años de aquella fatídica madrugada, recordamos el suceso y la vivencia, en primera persona de la voz de Carlos Fernando Romero, unos de los sobrevivientes del tren de pasajeros "La Luciérnaga"
Carlos, hoy con sus 83 años, es jubilado ferroviario de la Línea Roca. Nos cuenta sobre sus treinta y un años de trayectoria dentro del ferrocarril.
Comenzó a trabajar a los 18 años en la ciudad de Ayacucho, de donde es oriundo. Sus inicios fueron, como diríamos, desde abajo, fue banderillero, realizó la limpieza de los coches, y fue peón de carga y descarga en encomienda.
Con la llegada de la privatización de los ferrocarriles, los ramales con poco tránsito, empezaron a cerrar, lo que lo llevó a desplazarse. Nos cuenta que hizo temporada en la costa (Mar del Plata, Miramar, Necochea). También estuvo en Tandil y El Maitén, en este último, estuvo dos años de corrido. Luego lo mandaron para los talleres de Remedios de Escalada, donde se enteró que ya no podían viajar más porque no les iban a pagar los viáticos, así que le dieron a elegir dónde quería quedarse. Carlos solicitó que lo dejaran en Remedios de Escalada, donde se desempeñó como ayudante en las máquinas, luego hizo un curso de electromecánico de locomotoras y pasó a ser oficial técnico, y a los pocos años lo ascendieron a jefe de servicio, donde continuó hasta el día de su retiro.
Carlos nos cuenta que volvía de sus vacaciones familiares, con su esposa y su hijo, que en ese entonces tenía dos años. Hernán: - Carlos, según tu experiencia laboral ¿cómo viste el alistamiento de la formación ese día?. ¿Estaba todo normal?
Carlos: - Normal del todo no, noté que la formación estaba armada al revés. Por lo general, cuando la formación llegaba a Mar Del Plata se daba vuelta la máquina para emprender el regreso, eso lo hacían con una máquina que se le llama la pilota, ese día no la ví, por lo que calculé que no estaba disponible.
Fotografía tomada de la familia que narra el accidente
De esa forma, quedaron los coches de pasajeros de clase única pegados a la máquina, cuando estos iban, por lo general, al final y el coche encomiendas quedó al final, cuando este iba adelante. Fuera de eso todo normal, el tren salió a horario y sin anomalías.
Hernán: - ¿Cómo recordás el momento del impacto?
Carlos: - Yo venía despierto fumando un cigarrillo, en ese entonces se podía fumar dentro de los vagones. De repente escucho una explosión, el tren empezó a golpearse y sacudirse de manera sorprendente, luego de unos minutos quedó todo quieto. Levanté la ventanilla de chapa para ver qué había pasado, y la visibilidad era nula por la neblina que se formó producto del polvillo y tierra “no se podía ver nada nada”. Cuando comienza aclarar, noté que el coche estaba en el aire, ya con un poco más de visibilidad veo una luz roja, entonces supongo que el tren agarro un camión, y se comentó a mi esposa.
Esperé unos 15 minutos y decidí bajar. Bajé del lado de la vía opuesta. Cuando piso, me entierro como en un charco y ahí noté que había un derrame de petróleo, vuelvo a subir al tren, junté mis pertenencias y las llevé para la ruta, luego volví por mi esposa y mi hijo. Para ese entonces estaba aclarando el día, y ví unos movimientos raros, me acerqué y estaban apilando los muertos junto al tejido que divide la ruta de las vías”. No le dije nada a mi esposa y traté de llevarla por un lado en el que no viera esa escena. Una vez que resguardé a mi familia, me dirigí a la máquina para ver si conocía a los maquinistas, busqué la máquina y no la encontré. Estaba volcada al costado de la ruta como a unos 25 metros de las vías. Cuando voy llegando veo a una persona herida al lado de la máquina, le pregunté si él era el conductor, me dijo que él era el acompañante.
Le dije que se acerque a la ambulancia, pero él me respondió, que no se iba ir hasta que no salga su compañero. El maquinista está aprisionado dentro de los fierros retorcidos de la locomotora.
Estuve un rato ahí y después me fuí porque nos empezaron a desplazar a los que estamos bien, hacia el pueblo de Altamirano en colectivos y camionetas donde nos esperaba una formación para llevarnos hasta Plaza Constitución.
Después me enteré que el maquinista había muerto, no por las lesiones sino por la intoxicación. Al estar volcada la máquina el gasoil entró y el conducto estuvo mucho tiempo en contacto con el combustible, “eso lo mató”.
Hernán: -¿Te acordás a qué altura del convoy venías?¿ Sufrieron alguna herida?
Carlos: -Si, veníamos en el cuarto coche, contando desde la máquina. Mi hijo se había golpeado la frente con el paso manos, pero no fue nada grave.
Hernán: - ¿Crees que si la formación se hubiera armado como lo hacía habitualmente, la situación podría haber sido diferente?
Carlos - No lo sé, podría ser, porque son dos coches que hubieran amortiguado un poco, pero no estoy seguro. Los vehículos que eran de clase única se cerraron como un acordeón, no sé si por que estos coches eran menos reforzados, pero por lo menos se achicaron más de un treinta por ciento.
En este punto a Carlos se le empieza a quebrar la voz, a medida que revive esa madrugada que lo marcó de por vida.
Hernán: - Contame los días posteriores.
Carlos: - Fueron días muy difíciles, me costó mucho reponerme de todo lo que vi. Era tanta la angustia que busqué refugio en la iglesia, charlé con el padre, pero no había consuelo para lo que estaba pasando en ese momento.
Por mucho tiempo no pude hablar de esto, mis compañeros de trabajo me preguntaban y yo les esquivaba la conversación.
Hernán: - ¿El ferrocarril te brindó alguna asistencia psicológica, ya que vos en ese entonces eras empleado?
Carlos: - No, para nada.
Hernán: - Después de este accidente, ¿el ferrocarril tomó alguna medida?
Carlos: - Si, si, al salir al servicio al conductor se le daban unas bengalas y unos petardos, estos se ponían en la vía y así al explotar el sonido corría por el riel.
Hernán: - Claro, no se contaba con la tecnología de hoy en día.
Carlos: - No. Con el tiempo el ferrocarril compró unos equipos motorola para comunicarse entre las distintas formaciones y un operador de tráfico. Pero ese día, lo único que pudo hacer las maquinitas del carguero cuando descarriló el tanque de petróleo, fue desenganchar la máquina y salir al encuentro del tren para hacerle señas, pero el otro tren pensó que lo estaban saludando, le toco bocina y siguió, sin ver que la vía estaba obstruida por el tanque de petróleo. No lo pudo ver porque estaba detrás de una curva, además la velocidad que traía no le dio tiempo a frenar.
Hernán: - ¿A qué velocidad venía?
Carlos: - Entre unos 100 y 110 kilómetros por hora.
Hernán: - ¿Qué reflexión te deja todo esto que viviste?
Carlos: - La verdad es que la pasé muy mal, al día de hoy los recuerdo duelen, como heridas que no cierran (esto lo dice con una lágrima entre los ojos). Cuando vuelvo a mi pueblo, lo hago en auto y paso por donde fue el accidente y me viene el recuerdo y me desgarra el alma.
En este momento observé que Carlos se estaba poniendo mal al recordar momentos muy crudos, que decidí no contarles en esta crónica.
Hernán – Muchas gracias, Carlos, por tu tiempo y por compartir tu historia.