ACTUALIDAD
Lejos de la muchedumbre que transitaba sus andenes en los tiempos del
apogeo ferroviario, esas estructuras hoy apenas sostienen parte de de su
andamiaje edilicio, en medio de una soledad abrumadora que se pone de
manifiesto en numerosos lugares de la región.
Roberto Castro no le cuesta nada agilizar el recuerdo. Lo que se le
dificulta es hilvanar el contenido de su memoria en un relato limpio, despojado
de esas pausas tan comunes cuando la emoción empieza a resquebrajar la voz y a
empañar la visión.
En sus años mozos, el hombre – hoy de setenta y pico de años- fue
testigo de lo que para una población diminuta como Laplacette representaba
un acontecimiento social: la llegada del
tren de pasajeros.
Es que en ese lugar, y en muchos otros de la misma especie que esta
región vio crecer al costado de las vías,
la estación ferroviaria fue el símil de las plazas o las iglesias, el
punto de reunión casi obligado de la gente. El comercio, la correspondencia y
cosas tan triviales como la moda, la música y hasta algunos artistas solían
llegar a ese sitio en las formaciones de la época. Hoy sólo queda de esa parada su estructura
antigua, abandonada, enredada en una constante pelea con el paso del tiempo,
que le roba cada día un ladrillo más y la va cubriendo con un pasto
irrespetuoso y amarillento.
“Ahí yo iba a esperar a mi madre los últimos domingos de cada mes”,
expresa Castro a Democracia en un cálido testimonio. “Ella (su mamá) vivía en
Buenos Aires y venía a visitarnos al campo donde yo vivía con mi esposa y mis
tres hijos, que eran su debilidad”, continúa con acento nostalgioso.
Pero las evocaciones no se limitan al plano particular, pues muchas
retratan lo que significaba el ferrocarril para los laplacettenses: “El ritmo
de vida era otro. Esta nunca fue una comunidad grande, pero si nos remontamos a
los años ochenta, había diez veces más de gente que ahora y eso se notaba en la
terminal de tren. Muchas personas usaban
ese medio para ir a Junín todos los días y estaban los que lo tomaban una o dos
veces por semana para hacerse una escapada a Buenos Aires o bien, para el otro
lado, a Lincoln o El Dorado, donde concluía el recorrido”, rememora Roberto,
parado a la vera de la Ruta 188 y a metros de lo que hoy ya es vía muerta.
El cierre de los ramales a principios de los noventa dejó a Laplacette
sin un medio de transporte que había sido vital para sus pobladores y, sin
actividad a la vista, la estación fue cerrada. La reabrieron en 2007, merced a
una planta de silos que se instaló en su propio predio ferroviario y pidió
habilitar nuevamente el tendido férreo
para que una locomotora y una larga hilera de vagones cargueros trasladen
cereal a Junín, Rosario y Buenos Aires.
“Estamos acá hace seis años y realmente es un lugar ideal para trabajar,
por la tranquilidad y por el espacio ocioso que ha quedado debido a hectáreas
que antes estaban ocupadas con viviendas o dependencias ferroviarias y que con
el paso del tiempo fueron desapareciendo”, comenta Pablo Gago, segundo jefe de
la compañía cerealera.
Desolación
“La Oriental”
Más abrupta es la comparación entre el pasado y el presente de “La
Oriental”, una pequeña comarca que nunca llegó a ser pueblo pero que sí fue
epicentro de movilidad para decenas de familias rurales y hoy, ya sin nada de
lo que supo ser su techo de esplendor, aparece semi-escondida kilómetros de
tierra adentro, en el medio de una llanura cubierta de malezas.
Estación La Oriental
“Esto era el centro de atención de todos los que vivían en este lugar,
junto con `El Boliche Amarillo´. Era uno de los puntos de reunión porque acá
paraba el tren que iba de Junía a Retiro, que si bien sigue corriendo, ahora
pasa de largo. Lo que queda de actividad colectiva, al margen de la
agricultura, es la visita de turistas que vienen a ver la estancia `La
Oriental´. El resto es lo que se ve, pura desolación”, retrata Marcelino
Maidana, veterano orientalense.
La
conversión de Bayauca
Otro ejemplo de territorios que experimentaron grandes mutaciones a la
par de la suerte que le tocó vivir al tren es el de Bayauca. Antes, el tren pasaba
cuatro veces por día. Uno salía de Lincoln a la mañana temprano con destino a
Buenos Aires y regresaba a la noche. Y el otro ramal que salía también temprano
con destino a Suipacha y regresaba en el día. En esa época Bayauca era
importante. Los comerciantes viajaban a buscar mercadería para sus negocios y
podían mantener los precios más parejos con la ciudad.
El pueblo
era próspero.
La crisis de la prestación de servicios públicos hizo que por muchos
años el tren dejara de pasar. Quedando la gente aislada por completo de otros
destinos más lejanos; ya que había transporte para acceder con más a frecuencia
a la ciudad cabecera del partido.
Recién hace un par de años, uno de los ramales comenzó otra vez con el
recorrido: Lincoln-Buenos Aires. Pero este servicio a Bayauca, como dijo hace
unos años su por entonces delegado
municipal, Alberto Fernández, “no le sirve”.DiarioDemocracia.com
-En fin... A esto se referirían los Alsogaray, Martínez de Hoz, Cavallo, etc. cuando dijeron:
ResponderEliminar"Achicar el Estado es agrandar la Nación"
-Esa misma Nación que hace años engendró otros hijos (bien nacidos) que pensaron -y obraron en consecuencia- con el lema:
"Gobernar es poblar"
...
nos solidarizamos con el comentario..nos agradaría saber que preocupación tienen los dirigentes gremiales..o bien que comentario ante este olvido.
ResponderEliminarpor estas notas nos hacen mas fuertes aquienes luchamos desde hace tiempo en buscar de la recuperación de su patrimonio y su reactivación de 79 localidades estaciones olvidadas del ex ferrocarril provincial ramal p-1-p-2 que esta a la espera del pendiente traspaso de la pcia de bs a s a la nación (ex Belgrano sur)tierras jamas protegidas solo al cuidado de los vecinos que no pierden la esperanza que es posible su puesta en marcha SOLO SE NECESITA DECISION POLITICA YA
carlos dramajo (i.de.co.sur )