Tiene 95 años y es la última exponente de un oficio atípico para el género femenino: guardabarrera. Durante 35 años cuidó la seguridad del cruce de las vías en la calle Avellaneda, allí casi en el límite entre el distrito juninense de La Colonia con la ciudad de San Martín. Hoy es la última que puede dar testimonio de cómo una mujer cumplía la función que normalmente realizaba un hombre.
Un grupo de vecinos de Junín presentó días atrás en el municipio una solicitud para que Cayetana Margarita Liggera de Dortona (95) sea reconocida como la última guardabarrera con vida que atendió uno de los cruces ferroviarios del departamento.
Junto con María Florencia Calderón de González, resguardando el cruce de la calle Las Heras, y Dolores Contreras cuidando el paso sobre las vías de la calle Espejo, Margarita desempeñó durante las horas del día el oficio de guardabarreras, mientras su marido cubría ese puesto por la noche.
Nació en Junín, provincia de Buenos Aires, en 1916 y en 1946, después de que su marido fuera despedido y reincorporado a los ferrocarriles ingleses, luego argentinos, se radicó en Santa Rosa y un año después en Junín, Mendoza.
Su físico está gastado pero sano. En tanto, su mente ha guardado tantos recuerdos que ya le cuesta poder ordenarlos y, al mismo tiempo, dejar fluir las emociones. Por ello Carmen, su única hija, que le ha permitido tener nietos y bisnietos, es la que la interpreta.
“Yo me crié al lado de la barrera. Allí mi mamá trabajaba de día y mi padre de noche. El tren fue nuestra vida”, recordó Carmen.
Las guardabarreras eran pocas y las únicas que cumplían esa función habían sido elegidas por los ingleses para darle trabajo al matrimonio, y evitar tener que salir a buscar más personal y darles mas viviendas. “Nosotros vivíamos en casas del ferrocarril. Para ellos tener a los dos trabajando era muy efectivo”, contó la hija de Margarita.
La familia se afincó definitivamente en La Colonia y allí fue, como el mismo ferrocarril, simiente de un pueblo.
Margarita se jubiló cuando cumplió los 66 años. Después vinieron años de sosiego, viendo crecer a nietos y bisnietos, hasta que murió su esposo. La pena no le cambió su carácter extrovertido, fuerte y dulce.
Ahora sus vecinos quieren que su imagen y su historia sean reconocidas como parte esencial de la idiosincrasia de Junín, un departamento en donde se ha cuidado tanto la arquitectura ferroviaria que es parte de una de sus mejores postales.(Fuente y foto: Diario UNO)