NOTA DE OPINIÓN
Por: Alberto Medina Méndez (Para CRÓNICA
FERROVIARIA)
El poder se
consolida y avanza en la medida que va encontrando avales tácitos y explícitos
que se lo permiten. Cuando la sociedad por acción u omisión va firmando cheques
en blanco, pues el sistema acelera el proceso y se fortalece día a día. Esto
ocurre solo cuando las respuestas de la sociedad se convierten en
permanentemente funcionales.
Pero también
se refuerza esa idea por la cual cuando cada uno de los actores, se somete
mansamente a la letra fría del guión sin más, pues los gobiernos siguen
avanzando y lo hacen a todo ritmo.
Mucho de eso
está pasando en estos tiempos. Por diferentes motivos, y con el poder va
consiguiendo, secuencialmente, paso a
paso, cada uno de los objetivos que se propone, y lo consigue en base a una
dinámica poco novedosa pero muy pragmática, la de generar temor en la sociedad.
Es evidente
que no pueden conseguir respetabilidad, ese atributo tan ansiado por muchos
pero que tanto merito real implica lograrlo, y mediante el cual los ciudadanos
se sumarían a ideas y proyectos de un modo activo, voluntario, con plena
satisfacción y evidente entusiasmo.
Asumiendo sus
limitaciones y escasos talentos, acuden al mecanismo más bajo, antiguo, pero
efectivo, el de construir temor, el de producir miedo, ese que paraliza y que
hace obedecer sin ninguna resistencia.
Bajo esta
dinámica, todos, desde su lugar, parecen ser el blanco de la estrategia
elegida. Nadie puede quedar afuera y en ese juego, el poder hace mucho esfuerzo
por profesionalizarse y perfeccionar herramientas.
Primero
empieza por lo más simple. Intenta comprar voluntades, o tal vez sería mejor
decir, utilizando el término adecuado, que pretende alquilar voluntades
abonando su canon periódicamente para conseguirlo.
Con esos
ciudadanos, utiliza el más lineal de los instrumentos, el dinero, ese que
permite quebrar voluntades, por el solo hecho de recibir algo a cambio. Esta
modalidad es magistralmente exitosa, ya que
establece un vínculo perverso pero altamente efectivo de dependencia
sostenida.
Los sectores
más vulnerables son los primeros en caer en esta redada. Son los que precisan
sobrevivir y no han encontrado aun el modo de lograrlo. La pobreza es el primer
escalón al que se acude bajo esta dinámica, con diferentes formas que comparten
la esencia central. Ayuda social, dádivas, subsidios, cualquier forma de
asignación de dinero, directo o indirecto, sirve para que este sector de la
sociedad actúe en consecuencia y se someta a los mandatos del poder, sin ningún
argumento que modere su impacto.
Si no cumplen
al pie de la letra su parte del trato, serán abandonados, y el gobierno dejará
de darles, lo que discrecionalmente les otorga cotidianamente. El temor a perder
esa ayuda económica, hace que esa parte de la sociedad canjee dignidad por
dinero sin pensarlo demasiado.
Pero a medida
que se avanza en esta estrategia, se van encontrando con sectores más duros,
que oponen algún tipo de escollo, que tienen mayor reservar moral y allí apelan
a otras refinadas herramientas, mas retorcidas y sofisticadas, pero no por
ello, menos efectivas.
A los medios
de comunicación en general y a los periodistas en particular, los dominan con
la pauta oficial. Un par de anuncios por
acá, otros por allá y ya está, automáticamente se alinean y se avienen a decir
lo necesario.
Lo hacen ya
sea porque reciben favores económicos y eso los convence de que el gobierno
dice la verdad siempre, y que hasta tienen enemigos comunes, o bien, cuando
funciona la autocensura, esa variante de sobreactuada lealtad, de no morder a
la mano del que les da de comer.
Sin
justificarlo, se puede entender que los sectores asalariados, los más débiles
desde lo económico, acepten someterse a cambio de supervivencia, aunque eso no
los exime de la indignidad de hacerlo.
Pero llama
mucho más la atención como gente que no precisa el dinero para su sostenimiento
vital, y que inclusive ha construido grandes empresas, se someta linealmente,
casi del mismo modo que el resto de la comunidad.
Resulta
difícil entender la falta de coraje en general, pero mucho más la de los que
más tienen. Es cierto que los gobiernos, se han especializado en encontrar
nuevos modos de atemorizar, de intimidar, pero se supone que este grupo de
ciudadanos debería tener más anticuerpos para oponerse.
Amenazas de
mostrar trapos sucios, probables inspecciones de organismos estatales, algún
incremento de tributos siempre inminente, cuando no operativos de prensa en
proceso, o simple condena social organizada, las herramientas son múltiples y
siempre existe la posibilidad de incorporar nuevos instrumentos que se agreguen
al arsenal habitual de rutina.
Los
empresarios, los hombres de negocios, también son objeto de esta disputa de
poder, en el que los gobiernos se han propuesto amedrentarlos como uno más,
aunque en estos casos con métodos diferentes.
Bajo ese
paraguas de temor, muchos de ellos terminan claudicando, se ocultan, buscan
perfil bajo, sacrifican ganancias y resignan negocios solo para no ser el nuevo
blanco de los ataques.
Inclusive a
veces son tentados por el poder de turno para ser parte de algunos proyectos y
recibir su tajada redoblando la apuesta para asociarlos y tenerlos del mismo
lado. De ese modo se asegura el poder, que nadie podrá arrepentirse pronto, al
menos no mientras el nuevo negocio funcione.
Algunos
pocos, han empezado a mostrar el camino. Solo se consigue vencer al poder,
cuando se deja de respetarlo como tal, cuando se aparta esta idea de tenerle
miedo crónico y temor visceral, y se comprende que arrodillándose solo se
posterga el final, pero no se cambia su rumbo.
Por ahora
estamos en el proceso de acrecentamiento de ese poder que solo los consolida
cada vez más, y recorriendo ese temible círculo vicioso de tener más votos y
apoyo popular, más adeptos y prisioneros del sistema, para seguir haciendo lo
mismo con altos índices de resignación social. En fin, en estos tiempos solo
vemos la indignidad de un proceso de intimidación eficaz y humillación
permanente.