Accidentes Ferroviarios
Sucedió en Estación Parera el 24 de marzo de 1975, cerca de Paraná. Hubo 10 muertos y más de 30 heridos. Una de las sobrevivientes compartió sus recuerdos.
Un coche motor chocó de frente con una formación de vagones de carga que se había desprendido del tren que los transportaba.
Fue la tragedia ferroviaria más importante que haya sucedido en la provincia y una de las más recordadas en el país
El 24 de marzo de 1975, un coche motor con pasajeros que venía desde Concordia a Paraná chocó de frente, cerca de Estación Parera, con una formación de siete vagones de carga que se había desprendido de un tren que viajaba en la misma dirección.
Miedos
El 24 de marzo de 1975, el país estaba sumido en una espiral de crisis y violencia, como un prolegómeno de lo que comenzaría un año después. Las tapas de los diarios estaban ocupadas por noticias de atentados, asesinatos en las calles o proclamas bienintencionadas llamando a la reconciliación nacional. “Sin novedades en relación a un desaparecido”, titulaba la edición de El Diario de entonces, en referencia a Ramón Pichón Sánchez, el primer desaparecido de Entre Ríos.
Por eso, cuando Ana María Boleas se levantó esa madrugada sus pensamientos tenían que ver con esos temores y nunca imaginó que el peligro que iba a vivir sería de otro tipo.
“Yo, por entonces, vivía en Santa Fe y tenía que trasladarme a Bovril. Esa madrugada nos levantamos con mi esposo, tomamos el colectivo urbano hasta la terminal de Santa Fe. Tenía un miedo tremendo porque esa noche en Santa Fe habían explotado tres bombas, sentía que cualquier cosa nos podía pasar, sin imaginar lo que me iba a suceder después”, recuerda en su casa de Paraná, con la mesa cubierta de diarios de la época, que informaron sobre aquel desastre.
Ana María era docente en Bovril y ese día se inauguraba el ciclo lectivo. Por eso, viajó hasta la ciudad entrerriana con su beba, y su marido las acompañó a tomar el colectivo a Paraná.
“A las 19 horas de ese día tomé el tren para regresar a mi casa. Venía con mi bebita de cinco meses en el primer vagón. Acuesto a la beba en el asiento para no llevarla en brazos. En La Picada abrigué a la nena porque faltaba poco para bajar y estaba fresco y la volví a acostar en el asiento, tapada con una frazadita. De repente, oigo el chirrido del freno y el impacto. Lo único que pensé fue: no hubo tiempo de nada. Sentí que se achicaba todo, como si me ponían en una prensa. Cuando tomé conciencia de que seguía con vida, busqué a mi nena y no estaba en el asiento. La escucho llorar y orientada por el llanto reviso debajo y encontré un bracito. Empiezo a tirar del brazo sin saber con qué me iba a encontrar. La pude agarrar, la levanté y pude ver que estaba enterita”.
Ana María se sonríe con el mismo alivio que habrá sentido entonces. Todo estaba oscuro, encerrado, y ella sentía esa opresión en el pecho. Se acuerda lo que pensó en ese instante: “Me acordé de mi hermano mayor que había fallecido a los 36 años. Era como que me había llegado mi momento”. Pero a pesar de aquel escenario, ella se mantuvo en calma. “Nunca perdí el conocimiento, trataba de hacer lo que tenía que hacer”, dice.
Escape
Cuando recuperó a la beba de debajo del asiento, vio que estaba empapada del combustible ya que el asiento en el que viajaban estaba sobre el tanque del coche motor.
“Oigo que el muchacho que venía al lado levanta la ventanilla. La única luz que teníamos era la luz de la luna. El muchacho salta hacia afuera y yo le grito que se acerque para recibir la nena. Era tan alto el terraplén (había algo así como 8 metros) que él me estiraba los brazos y yo no sentía que podía tomarla. Él me gritaba que la largara y yo lo hice. Luego me tocaba a mí. Miro por la ventanilla y veo que era muy alto, entonces me tomé del pasamanos y me deslicé. Cuando caí al piso me di cuenta de que le había dado la nena a un desconocido y no lo veía alrededor”, relata Ana María.
“Empecé a los gritos: ¡Dónde está mi nena! ¡Dónde está mi nena! Y escucho que alguien me grita: ¡Venga que acá estamos! Se había subido con el resto de los pasajeros a las vías, entre el coche motor y el otro vagón, que se habían separado porque se rompió el fuelle”, recuerda luego.
Aquel desconocido estuvo cerca de ellas ayudándolas hasta que llegaron al hospital: “Nunca supe más nada de ese muchacho. Me dijeron que era de Conscripto Bernardi o de esa zona. Me hubiera gustado saber de él porque me ayudó en todo momento. La nena lloraba todo el tiempo y yo intenté amamantarla, pero cuando me quise sentar en los rieles no pude porque sentía mucho dolor. Entonces, él me ponía la rodilla para que yo pudiera sentarme y amamantarla”.
Ayuda
Bajaron el alto terraplén para llegar a la calle. Ana María se resbaló y cayó algunas veces y luego tuvo que atravesar un cañaveral que le produjo varios rasguños. Ya en la calle, se encontraron con otros sobrevivientes y con algunos autos que se habían acercado a brindar ayuda.
“Ahí miré para atrás, por primera vez. Vi una mezcla de fierros retorcidos con cuerpos de seres humanos. Me dije: no mires más porque tenés que cuidar a tu hija. Tenía miedo de perder la lucidez”, cuenta con una estremecedora certidumbre.
La primera ambulancia que llegó era una antigua Estanciera. Ella en principio pensó que no necesitaba atención médica porque se sentía bien, pero la convencieron de ir al hospital y subió en la parte delantera. Detrás del vehículo se fueron acomodando otros pasajeros.
“Cuando pasamos por El Charrúa, veo que la nena tenía el bracito azul y frío, y pensé que estaba muerta. (Lo azul era por el fueloil). Me acuerdo de que pasamos los semáforos en rojo de Cinco Esquinas y tengo idea que tomamos en contramano para llegar hasta el Hospital San Martín. Ahí, me quitan la nena y se la llevan. Entonces veo que la ambulancia venía llena de gente en la parte de atrás. Venía también el muchacho que me había ayudado. Sentía dolores y tenía que tener cuidado al caminar. Me rodearon los enfermeros y yo pedía que llamaran a mis tíos, que vivían acá en Paraná. Les decía a los médicos que se preparan porque el accidente había sido muy grande”, recuerda sobre su llegada al nosocomio. Luego, los heridos se repartieron también entre el Policlínico Ferroviario y el Hospital San Roque.
“Trataba de estar lúcida lo más posible, sin desesperarme ni largarme a llorar”, repite con admirable fortaleza, a pesar de que durante toda la noche escuchaba las sirenas de las ambulancias que llegaban al hospital con más heridos.
Mientras, su esposo vivía su propio calvario en Santa Fe. Había ido a la terminal a esperarlas, pero no llegaban. En la ventanilla le contaron que había sucedido un accidente de trenes, con muchos muertos. Desesperado, regresó a su casa a buscar dinero para viajar y un vecino se ofreció a traerlo. La televisión ya informaba sobre la tragedia. Luego se enteraría de que un milagro había ocurrido y que su mujer y su hija estaban a salvo.
Vagones sin control
A las 20.15 del 24 de marzo de 1975, a dos kilómetros de la Estación Parera, el coche motor que hacía el recorrido desde Concordia a Paraná colisionó con un grupo de vagones que se desprendieron de un tren de carga que también iba a Paraná.
Según las publicaciones periodísticas de la época, cuando el tren de carga iba en una pronunciada subida antes del puente de calle Almafuerte se rompió uno de los enganches de los vagones y se desprendieron. El tren llevaba 24 vagones y siete de ellos, con una carga aproximada de 6 toneladas cada uno, empezaron a retroceder a una velocidad que se calcula en 60 kilómetros por hora. Luego de una curva, que impidió que el maquinista los viera desde una distancia como para poder frenar, se encontraron con el coche motor que venía a 70 kilómetros y la colisión fue inevitable. Hubo 10 muertos y 31 heridos.
El jefe de la estación de Parera, quien había dado el pase libre a la estación de La Picada para que saliera el coche motor, vio pasar por allí a los vagones sin control. Entonces fue consciente de que el choque se iba a producir, pero no tenía ninguna forma de dar la voz de alerta. Sólo pudo comunicarse con el ferrocarril de Paraná.
Un héroe
Entre las 10 víctimas fatales hubo pasajeros y también empleados ferroviarios. Uno de ellos fue Juan Ernesto Belingier, quien era guarda del tren carguero y viajaba en el último vagón junto a otro trabajador. Este último saltó antes del choque y logró salvar su vida.
Según su relato, Belinger permaneció hasta último momento abordo intentando frenar la formación. Pero no pudo lograrlo y perdió la vida en ese heroico intento.Fuente: El Diario
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