22 de agosto de 2022

El tren que llegaba tarde

Historias Ferroviarias

El ser humano es viajero por excelencia, los motivos son y han sido diversos, pero la necesidad de trasladarse de un lugar a otro ha sido una constante en la vida de las personas. Todos los viajes son diferentes, desde el placer al dolor o a causas que tienen relación con su propio desarrollo personal.

El del provinciano a la Capital Federal era uno de los más frecuentes en las décadas del 50 y del 60; muchos de estos viajes eran planificados por un tiempo limitado, a veces breves, otros no tanto, pese a ello muchos se establecieron definitivamente en la gran urbe o en la provincia.

La nostalgia acompañaba la partida de un ser querido, disimulada con la ilusión de que allá iba a cambiar de fortuna, de vida, de proyectos de realización personal. Quedaba en los hogares el deseo del retorno, aunque éste fuese esporádico.

El ferrocarril era el medio de transporte elegido, en el entorno familiar y afectivo era distinto el sentimiento cuando esa persona se iba de cuando regresaba. Las emociones eran muy fuertes, los padres que veían partir a sus hijos, los novios a sus amores juveniles y los amigos que se quedaban con un abrazo ausente.

El tren General Urquiza de Ferrocarriles Argentinos cubría el trayecto Posadas-Federico Lacroze y viceversa, poseía además varias combinaciones en toda la Mesopotamia. El viaje demoraba 24 horas aproximadamente. La estación Federico Lacroze poseía ese nombre en homenaje a uno de los primeros propietarios de tranvías en la ciudad de Buenos Aires que partía desde la Estación Cangallo.

Los trenes por entonces tenían tres clases, primera, segunda y tercera. Los pasajeros de primera clase viajaban en la parte final del convoy, alejados del ruido y humo de la locomotora, en asientos cómodos. Los de segunda y tercera categoría en vagones con asientos de madera trayendo consigo la alimentación para el viaje. En las dos últimas se generaba un ambiente de camaradería para sobrellevar el largo viaje, compartían los alimentos, caminaban por los pasillos y se escuchaban los acordes de una guitarra.

En el viaje de ida los que se quedaban en el pago, esperaban luego de un largo tiempo la llegada de una carta enviado por el viajero, dando cuenta de cómo había llegado y que había encontraba en la gran ciudad. Esto generaba una emotiva reunión familiar para la lectura de la  misiva.

Las que se enviaban desde la metrópoli no se escribían a las apuradas, los migrantes contaban sus nuevas experiencias, sus logros, satisfacciones, y por lo general ocultaban sus fracasos; no querían generar preocupación en sus seres queridos.

Las visitas de vacaciones o esporádicas eran un acontecimiento celebrado por toda la familia, querían saber como estaba, que cosas nuevas les enseñaba y se preparaban para el recibimiento. La carta indicaba la fecha de llegada en el ferrocarril para que fueran a esperarlos en la estación, por lo general el arribo estaba fijado para la medianoche, pero el tren nunca llegaba a horario, el General Urquiza denominado después Gran Capitán siempre venía atrasado.

Las razones de la demora eran el tránsito de los vagones en el ferryboat que cruzaba el río cuando aún no estaba construido el puente Zárate-Brazo Largo, que se relacionaban con el barco, la profundidad del río y la cantidad. Por lo general, el plazo estimado para cruzar estaba calculado en la mitad o menos de lo que efectivamente demoraban.

La noche de espera se prolongaba en demasía, las primeras consultas decían:

-¡Hay dos horas de demora!

Éstas se extendían y nadie tenía certeza en el tiempo real del atraso, los empleados de la estación del ferrocarril no sabían el lugar de ubicación de la formación, esa noche no dormía ni el perro, se preguntaba a los taxistas si tenían noticias; a los mismos empleados de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones que recibían los llamados que se hacían en los viejos aparatos a manija, la incertidumbre era total.

Por lo general las estaciones de trenes estaban ubicadas a una distancia considerable del pueblo o de la ciudad, no se podía ir a ver si llegó o no, recién se confirmaba el horario cuando el telégrafo avisaba que el tren llegó a la estación anterior.

La noche se vuelve madrugada, la llegada del ser querido es una caricia para el alma, que se disfraza de abrazos intensos, besos, caricias y regocijo compartido por todos.

Moraleja: ¡Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires! Por Ramón Claudio Chávez (Ex juez federal) para el Diario El Territorio

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