26 de octubre de 2022

Da para pensar en grande: La necesidad de un tren trasandino

Actualidad

El viejo túnel ferroviario del tren trasandino superaría la capacidad instalada de la ruta en una relación de 10 a 1, el equivalente a 9600 camiones diarios.

Desde 1978, la sucesión de desaciertos en el manejo funcional del Paso Internacional Cristo Redentor, no dejan de sorprendernos. Esta temporada estuvieron presentes todos los eventos de interrupciones por clima o por accidentes y víctimas fatales en ascenso. Incluso este último fin de semana extra largo terminó en una tremenda decepción colectiva por parte de miles de turistas que tenían programado disfrutar una estadía en el país vecino. En pleno mes de octubre, kilómetros de colas de vehículos con familias enteras esperando por largas horas de ambos lados, lo que llevó a que muchos optaran por desistir y se regresaran abortando sus programadas mini vacaciones.

Hace unos 45 años, la inauguración del túnel carretero parecía indicar que se solucionarían los problemas de conectividad en la ruta principal trasandina. El transporte carretero y sus perspectivas de desarrollo, promovido por los fabricantes de equipos y empresarios de transporte, forzaron el abandono del servicio ferroviario y la clausura de su infraestructura. Esta decisión se

reforzó con el conflicto limítrofe austral entre ambos países, dado que en caso de una potencial guerra total, Argentina avanzaría aprovechando el ferrocarril y Chile se defendería dinamitando algunos tramos de altura y removiendo los cobertizos a lo largo de la cuesta en la quebrada del Juncal.

En aquel momento, la proyección de crecimiento del tráfico daba para estimar que el nuevo túnel y futuras mejoras en las calzadas viales, más la incorporación de algunos cobertizos de hormigón en los sectores críticos, ofrecerían un horizonte de muy largo plazo para alcanzar el colapso del sistema. Se sumaban así argumentos para descartar el ferrocarril y abandonar el “viejo túnel ferroviario” habilitado en 1910. La realidad confirmó los desaciertos preanunciados, la demanda creció exponencialmente, las obras de mejoras y ampliación de trochas no evitaron los largos períodos de cortes por nevadas invernales y aludes por lluvias estivales. Año tras año se repiten interrupciones con grandes pérdidas económicas, con sacrificios extremos para los conductores; sumado el factor humano que genera accidentes con daños irreparables y pérdidas de vidas.

En términos de la capacidad instalada de transporte carretero, los problemas no están en el túnel, pues los atascos se producen en los kilómetros previos a sus accesos, y las obras de carretera que se ejecutan están muy bien, son absolutamente necesarias, pero no resuelven los problemas de interrupciones, pues la nieve se acumula por fuera del túnel y los accidentes son inherentes al factor humano, considerando que cada camión es conducido por un profesional del volante. Si bien las mejoras en la ruta contribuyen a disminuir la proporción de accidentes, el crecimiento del flujo vehicular en ruta hace que en números absolutos la cantidad de accidentes y consecuentemente de víctimas fatales aumente año a año. La generación de accidentes disminuye sustancialmente cuando hay menos conductores exponiéndose en la ruta y en este aspecto el tren disminuye el riesgo del factor humano en una relación de 40 a 1 y a su vez reduce al mínimo los días perdidos por cortes para despeje de ruta.

Hay iniciativas que impulsan trenes trasandinos por diversos pasos con variados argumentos históricos, geográficos y técnicos; algunos se arrogan avances institucionales y de desarrollo de estudios de dudosa validez, que comparan sus ideas con el Ferrocarril Trasandino construido en el siglo XIX e inaugurado en 1910, desconociendo que existe un proyecto completo que es factible, está certificado y aprobado en ambos países, que está vigente y listo para concretarse sobre la traza y obras existentes, adecuadas con tecnología del siglo XXI. Este proyecto es el Ferrocarril Trasandino Central aprobado en 2006 y según los estudios de demanda para 2010 a 2015 permite mover inicialmente 5,3 millones de toneladas anuales de cargas con tracción diésel eléctrica por adherencia simple (sin cremallera), esto equivale a más de 782 camiones entre llenos y vacíos por día, con potencialidad para multiplicarlo con solo aumentar la capacidad de cruces en el tráfico de trenes.

La adopción de material rodante de carros autopropulsados eléctricos a batería, actualmente técnicamente posibles, y con materia prima de producción nacional, permitirían alcanzar una capacidad de tráfico de 9.600 contenedores diarios dentro del túnel; casi 10 veces más que los 1.000 a 1.100 camiones diarios estimados por modelizaciones realizadas por la vialidades de ambos países en 2004. Frente a esta potencialidad, me pregunto: ¿vale la pena descartar el “viejo túnel ferroviario” cuando podría superar en capacidad por 10 a 1 a una carretera incapaz de evitar los colapsos y los accidentes?

Estamos por cumplir el primer cuarto del siglo XXI y mientras el mundo se enfoca en desarrollar y mejorar sus sistemas ferroviarios aplicando tecnología eléctrica autopropulsada, en Argentina y Chile, productores globales de mineral de litio, ambos gobiernos reconocen que no tienen “en cartera” ideas de interconectarse con el mejor medio de transporte terrestre masivo, el tren. Están en marcha costosísimas obras viales de muy largo plazo de ejecución en adecuaciones viales en el “viejo túnel ferroviario”, las que en definitiva implican desperdicio de recursos económicos, y atrasos en la puesta en servicio, sin agregar mayor capacidad instalada a la que ya tiene el túnel existente y sin resolver las pérdidas en días, recursos económicos y vidas, que las obras viales no pueden evitar.

El “viejo túnel ferroviario” podría dar paso al equivalente de 9.600 camiones diarios, con solo adecuar su enrieladura. Da para pensar en grande… * Carlos de Jong, arquitecto para MDZ.com

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