Trenes Turísticos
“Ir a Esquel o El Maitén y no viajar en La Trochita es como visitar a Misiones y no conocer las Cataratas”, dice Ignacio Goyeneche, jefe de la Estación Esquel del Viejo Expreso Patagónico, esa antigua formación a vapor que debe el apelativo “La Trochita”, tan familiar y entrañable, a la distancia que existe entre los rieles por sobre los que corre.
Un atractivo turístico de los más visitados de la Argentina, que cumple dos trayectos: entre la ciudad de Esquel y el paraje Nahuel Pan, y entre la localidad de El Maitén y el Apeadero Ingeniero Bruno Thomae. Un tesoro insoslayable de la provincia de Chubut.
Ignacio describe el tren y sus particularidades como si hablara de un viejo amigo. “Se lo llama así chita por la trocha, que es de 75 cm. Tiene una particularidad: ese tipo de trenes era para hacer recorridos cortos, de 40 o 50 km, pero cuando se construyó este ramal se hicieron 402. O sea, es única en el mundo.
No solamente por ser a vapor, claro, si no porque es a vapor, pensada para ser de carga y de trocha angosta”, se enorgullece. Entusiasmado, cuenta que el ramal se empezó a construir en 1938. En 1940 llegó a El Maitén, y en el 45, a Esquel.
Ignacio vive y respira tren. Desde 2003 es trabajador de La Trochita, y cuando entró eran sólo 7 empleados. “Yo tenía 19 años. Desde 1993 el tren funcionaba con esas siete personas, no había nadie más”, relata. “Entré a trabajar con un jefe de estación que estaba hacía 40 años, un hombre que se comunicaba con telégrafo. Me acuerdo que diariamente pasaba un parte por ese medio y tardaba horas. No quería saber nada de usar una computadora. Así aprendí a usar el telégrafo yo también”.
En ese mismo plan, el de de contar una historia que se mide en décadas, Ignacio detalla años y procedencia de los componentes que conforman el hermoso tren. “Tanto las locomotoras, como los vagones y los rieles, son de 1922”, explica. De origen belga, los viejos vagones combinan su prosapia europea con la de las máquinas impulsoras.
“Tenemos las alemanas Henschel, y las Baldwin, que son norteamericanas, de Filadelfia. Nosotros decimos que el tren hace un viaje en el tiempo: tenés los asientos de madera, las salamandras que están de la época en que el tren conectaba pueblos y que la gente usaba incluso para calentarse y hasta para cocinar adentro del vagón (pensá que era un viaje de 16 horas entre Esquel e Ingeniero Jacobacci). Incluso hoy el guarda invita a algún pasajero a meter leña en la estufa. Para la gente eso es hermoso”.
También se refiere a los recorridos, que son tres. “Tenemos el tradicional, que es de Esquel a Nahuel Pan (N de la R: son 18 km de ida y de vuelta, con una parada de 45 minutos), una comunidad mapuche-tehuelche donde la gente vive en las casas del ferrocarril. En 1993, que fue cuando cerraron los trenes, Chubut tomó la posta enseguida (por eso decimos que La Trochita, del 45 para acá, no paró nunca) y la gente de la comunidad quedó viviendo en ese lugar. Entonces se hizo un combo turístico: los turistas paran ahí, hay un museo, casa de telares, artesanos; así el que llega a Esquel puede conocer el tren y la cultura mapuche – tehuelche”, informa.
En referencia al otro circuito, admite que aunque a título personal prefiere el que parte desde Esquel (“si te gusta el paisaje, es ideal: sube y baja la montaña., ves la ruta, es algo muy lindo”, detalla); pero que si el visitante gusta de “los fierros”, hay que ir a El Maitén. “Tiene unos talleres que no te puedo explicar lo que son. Porque, en realidad, en el recorrido original El Maitén estaba en el medio, entre Jacobacci y Esquel, y entonces tenía los talleres más grandes. Ahí y tenés un torno de 1890 que funcionaba a vapor y toda la maquinaria es de hace 100 años”.
Hay una tercera opción, que podría catalogarse como Premium. Se trata de charters, viajes especiales que cubren el antiguo trazado, ya sean los 402 kilómetros que existen entre Esquel e Ingeniero Jacobacci (en la provincia de Río Negro) o los 160 que separan Esquel y El Maitén. “Se hacen dos o tres veces por año, siempre con extranjeros”, narra Ignacio.
“Imagínate, son gente acostumbrada a trenes que andan a 600 km por hora. Cuando llegan los alemanes y ven máquinas que vinieron de su país se vuelven locos, sacan mil fotos. Nos ha pasado que dos turistas japoneses contrataron el tren por tres días para viajar ellos solos todo el trayecto”. Gente con paciencia y tiempo sin dudas: el tren no va a más de 40 km por hora y al ser a vapor tiene que cargar agua con estaciones que están cada 20 km.
“Por eso sólo se hace cuando vienen los extranjeros”, cuenta Ignacio, “que quieren hacer los 402 km y están cuatro días para recorrerlos ya que se hacen por tramos: en cada lugar donde para el tren quieren bajarse, hacer fotos, recorrer los lugares”. Y agrega que esa exclusividad conviene económicamente porque beneficia a toda la cadena: son grupos de 150 personas que no sólo pagan más dinero por el privilegio sino que se alojan en un hotel, comen en los restaurantes, compran en los comercios. En suma, un beneficio para toda la comunidad.
De manejo y repuestos
¿Será muy difícil conducir las locomotoras que impulsan La Trochita? “Yo en realidad soy jefe de estación”, contesta Ignacio, “pero igual lo puedo contar porque fui aprendiz de conductor y estuve un año arriba de esa locomotora. En realidad, para sintetizar cómo funciona el tren tenés que pensar en un termotanque o calefón dado vuelta, porque el funcionamiento es una caldera que tiene agua, con caños por donde pasa el calor. Es decir, hierve al agua, eso genera vapor y ese vapor hace mover los cilindros. Eso es pura Revolución Industrial, nada menos. A partir de eso vino todo lo demás”.
Y sigue con la lección: “Requiere conocimiento, y tanto los maquinistas como nosotros tenemos leyes que cumplir: los conductores tienen que estudiar, hacer cursos. Primero sos foguista, después estás 5 años a prueba en esa tarea y recién ahí sos maquinista. Pero no es que levantás unas piedra y sacás un maquinista a vapor. No es lo mismo que ser maquinista de diesel o eléctrico”.
En cuanto a los problemas que pueden presentarse ante la falta de repuestos (estamos hablando de máquinas y vagones de 1922), Ignacio cuenta que en El Maitén, donde están los grandes talleres, sus compañeros –a los que ellos llaman “los artesanos”- tienen que hacer piezas de bronce que fabrican según los planos. “Son de bronce y hay que tornearlas, todo un trabajo”, explica, “Pensá que son componentes expuestos a la fricción, así que va todo con aceite, estopas, grasa, todo a la antigua”.
Para cerrar, Ignacio no oculta la emoción que lo embarga cada vez que habla de un oficio que abrazó a los 19 años y hoy, con 38, lo sigue estimulando como el primer día. “Es muy romántico el tren”, reflexiona, “entrás a trabajar ahí y te ponés la camiseta enseguida. A mí me hablás de La Trochita y me emociono. Y además me da un sueldo para que pueda criar a mi hija. Es hermoso”.ElPlanetaUrbano.com
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