HISTORIA FERROVIARIA
La jornada de trabajo del lunes 15 de noviembre casi había finalizado.
Las locomotoras se posicionaban y enganchaban los vagones en la
maniobra, los cambistas con las camisas transpiradas entraban y salían de los
cortes en forma magistral sin tener el miedo lógico que a cualquier observador
le daría, años de entrar, enganchar y
salir de los vagones en movimiento, hacer señas y seguir, sin mirar atrás.
Los revisadores esperaban que se terminara de armar el tren para hacer
la tarea de dar frenos y avisar a la estación que su tarea estaba concluida.
Sonaba la bocina de la locomotora y con un lento movimiento el tren avanzaba
rumbo a su destino final, llevar la preciada carga, pero a pesar de tantas
trabajosas labores algo no andaba bien, se respiraba un aire raro, de repente,
alguien avisó que estaban llegando telegramas de despido.
A partir de ahí la reacción fue unánime hay que juntarse en la estación,
hay que tomar el toro por las astas, hay que organizarse, no queremos que nos
sigan despidiendo sin hacer nada de nada.
El pacífico pueblo de Palmira, ese que creció con el ferrocarril en
medio de las ciénagas, ese pueblo donde se conocen todos, ese pueblo donde las
farmacias cierran a las 12:30 para acogerse a la siestita reparadora, ese pueblo donde hay un solo banco por la
maldita segunda década infame, ese pueblo que tiene más jubilados ferroviarios
que ninguno en Argentina, justo en ese pueblo, comenzó a cocinarse una historia
de lucha un lunes 15 de noviembre de 1999.
Fueron 14 días de lucha pacífica, una reacción ante la injusticia con
barricadas, humo de gomas quemadas y la negación propia de que esta vez los
derechos del trabajador no serían avasallados, porque el pueblo de Palmira
estaba ahí de pie.
Como siempre ocurre en momentos así, aparecieron los oportunistas de
siempre, políticos que buscaban su rédito a costa de los despidos de los
obreros ferroviarios, comenzaron más versiones para desalentar a los
huelguistas que estaban dispuestos a todo, no había lugar para nada más, los
telegramas siguieron llegando y la cifra de despidos pasó de 56 a más de 200.
El pueblo entero entró en huelga, si así tal cual lo escribo, cerraron
el comercio, el municipio, las escuelas, la iglesia y hasta la zapatería de la
Mabel que atiende las 24 horas del día, bajó la reja.
La huelga tomó estado público gracias a los medios de información y los
empresarios brasileros se dieron cuenta que el conflicto no sería solucionado
como ocurre en su país de origen, con porotos negros, matones y baile al ritmo
del carnaval.
Enseguida aparecieron las grandes ollas, esas que se suelen usar para
los descarrilos en los inhóspitos campos donde recorre nuestro tren, comenzaron
a hervir las papas, los zapallos, los camotes, el osobuco y todo lo que
sirviera para el puchero ferroviario, la gente comenzó con las donaciones y la
olla popular hervía como la sangre de esos defensores de la fuente laboral.
Mientras en la provincia Luis Miguel cantaba en el Estadio Malvinas, el
gobierno de Arturo Lafalla estaba en retirada y los radicales de Iglesias
armaban su llegada al gobierno casi sin entender el conflicto, en el país
ocurría lo mismo, se iba del gobierno el gestor de tanta miseria, Carlos Saúl
Menem y el tibio Fernando De La Rua decía en los spot’s de campaña “que metería
en la cárcel a los corrutos, que un peso un dólar, que sería presidente para
hermanar al pueblo, que no haría el ajuste con el pueblo, bla, bla, bla”, sin
entender que tiempo después sería acorralado por la famosa Banelco en el senado
y lo peor, que el patilludo riojano le dejaría debajo del famoso sillón de
Rivadavia una bomba de tiempo que tenía fecha y hora de explosión.
Los obreros ferroviarios de los talleres de Mendoza también reaccionaron
ante tanta injusticia y tomaron los talleres.
Todo estaba paralizado no se movía nada de nada, los matones brasileros
comenzaron a mostrar sus armas pero los obreros ferroviarios no se dejaban
amedrentar y el conflicto fue tomando un color mucho más oscuro que el negro
azabache, los clientes comenzaron a protestar y la pérdida de rentabilidad
comenzó a minar el bolcillo de los empresarios que se dieron cuenta que así no
podrían imponer el famoso “plan CERO”, que tantos resultados y beneficios le
había dado a Jimmy Carter en EEUU.
El conflicto parecía que no tendría solución, hasta que el viernes 26 de
noviembre a eso de las 18 horas llegaba la noticia que todo se había
solucionado y no habría despidos en el personal en convenio de la Unión
Ferroviaria.
Diario UNO y Los Andes darían el aporte necesario en noticias y el
análisis de las costosas negociaciones, los obreros ferroviarios habían ganado
la pulseada y el pueblo de Palmira demostraba que esta vez no sería igual como
en el ‘93 o ‘94, el pueblo de Palmira sabedor que su micro economía caería, el
pueblo de Palmira ese que creció con la llegada del ferrocarril, ese que le
peleó palmo a palmo a las ciénagas, al aislamiento y a la desidia, ese 15 de
noviembre y los días que le siguieron defendieron con uñas y dientes su fuente
laboral, porque el pueblo de Palmira sabe que con un trabajo honesto, un obrero
puede formar una familia, puede alimentarla, puede educarla, en síntesis puede
vivir, PORQUE EL PUEBLO DE PALMIRA SE NEGABA A MORIR.(Nota enviada por el señor
Rubén Lloveras)