EXTERIOR
El
ferrocarril español ha vivido en los últimos años un proceso de cambio con el
que se intentaba paliar el descontrol y la ruina pública en la que Renfe se
había convertido. La creación del ADIF para gestionar las vías y estaciones fue
un primer paso y la apertura de las mercancías a operadores privados, en el
2006, puso de manifiesto la necesidad de culminar el proceso de liberalización
ferroviaria, introduciendo los principios de competencia y las reglas de
mercado también en los servicios de pasajeros.
Las
inyecciones millonarias a la única compañía ferroviaria por parte de las
Administraciones públicas no consiguieron aumentar el número de viajeros ni
hacer rentable ninguno de los servicios que ellos mismos declaraban
deficitarios. Renfe-Mercancías también nacía viciada: el 50 % de su personal es
improductivo, con una sobredimensionada área de negocio, en donde se cobra lo
mismo, haya o no negocio; algo que no resistiría ninguna empresa que
pretendiese ser rentable.
Y entre
tanto, Galicia no era país para los trenes. En esta tierra hemos vuelto a rizar
el rizo y convertir al tren, indispensable en buena parte de España, en el
bicho raro; en un ancestro del transporte terrestre que, paradójicamente,
siempre ha estado unido a la insigne figura del «señor ferroviario», convertido
casi en tradición en villas como Monforte u Ourense.
Escasa oferta
En una tierra
sin trenes, pero eso sí, tierra de ferroviarios, la crisis nos seguirá abriendo
los ojos; los sinsentidos en la escasa oferta de servicios por ferrocarril,
cuando el transporte por carretera manifiesta la demanda existente entre muchas
de nuestras ciudades, tendrán sus días contados. La necesaria reestructuración
del sector ferroviario, improductivo y desproporcionado a nivel nacional, así
como injusto y desentendido con Galicia se producirá, curiosamente, bajo el
mando de dos gallegos al frente del Gobierno y del Ministerio de Fomento. Non
foi sen tempo.LaVozdeGalicia.es
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