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9 de marzo de 2023

Algunas reflexiones, sobre lo acontecido 30 años después

Nota de Opinión 

Por: Adrián Fernández (para Crónica Ferroviaria)

Muchas personas que son parte de los foros sobre noticias de ferrocarriles se autodenominan "apolíticos", que sólo tienen como objetivo "que vuelva el tren", pero "sin partidismos". Entonces me pregunto, ¿cómo recordar lo que sucedió hace 30 años con nuestros ferrocarriles sin hablar de "política"?. 

Se puede prescindir de temas "partidarios" y eso tal vez sea sano para la supervivencia civilizada de los foros, pero es imposible rememorar la devastación de hace 30 años sin hablar de "políticas". Por lo tanto, hago un modesto aporte a esa discusión política no partidaria que, entiendo, nos enriquecerá.

Cuando sucedió el último cierre masivo de ramales y la eliminación de trenes generales de pasajeros, entre Julio de 1992 y el 10 de Marzo de 1993, no había redes sociales ni foros de debate ni espacios cuasi anónimos en los cuales pudiéramos escudarnos para lanzar expresiones de odio, sea para repudiar el ferrocidio como para justificar (y apoyar) lo que entonces acontecía. 

Pero había calles, plazas, estaciones, talleres, sindicatos, clubes de barrio y otros ámbitos donde se daba la discusión "política" de qué hacer con nuestros ferrocarriles, y desde dónde resistir la decisión oficial, avalada por dos leyes del Congreso Nacional apenas asumido el gobierno de Carlos Menem.

No hubo redes sociales ni foros, insisto, pero sí hubo movilizaciones, huelgas, trenes "tomados" por manifestantes, ollas populares, volanteadas y una honrosa consciencia ferroviaria de trabajadores y de miles de personas que acompañaban la causa, sobre todo en el mal llamado "interior" del país que avizoraba el tiro de gracia a un proceso de degradación que no nació, pero sí se aceleró con la última dictadura cívico-militar.

No hubo redes sociales, pero sí hubo periodistas y espacios "políticos" en TV que, entonces como ahora, machacaron con el déficit fiscal. Hoy lo sabemos: sin trenes en las vías jamás se corrigió el déficit y, por el contrario, ese asunto siguió siendo caballo de batalla de cuanto ajuste se aplicó sobre la población. 

Los editorialistas tuvieron un discurso fugaz, pero efectivo en esos años: contundente porque sirvió para anestesiar a buena parte de la población y fugaz, porque el país sin los trenes y sin el "elefante del Estado" no tuvo ni más seguridad, ni mejor educación, ni mejor salud. Por el contrario, las consecuencias sociales y económicas se perciben aún hoy. Treinta años después, por lo visto, el argumento fracasó.

Hay algo que sí había entonces y que ahora perece no existir. Algo que, en definitiva, hace estragos en nuestra vida cotidiana y tiñe de gris cualquier expectativa. Me refiero a "la esperanza". Los que resistimos hace 30 años (incluso los que apoyaron la devastación) teníamos la esperanza de que el país sería mejor. Incluso la mayoría hacíamos "política", apoyando o resistiendo, aunque no necesariamente tuviéramos filiación partidaria. Aquellos años nos quitaron los trenes y también "la esperanza".

Esa falta de esperanza, el pesimismo amparado en pensamientos individuales y no colectivos y la ausencia de empatía (capacidad que tiene una persona de percibir las emociones y los sentimientos de los demás), también son parte de la herencia de los 90. Por eso hoy leemos en los foros especializados un mar de críticas a pequeños logros actuales como si, antes de esto, nada hubiese pasado. 

No culpo a las miradas grises, pido cierta reflexión. No son reales frases como: "los políticos son todos iguales", "en este país siempre pasa lo mismo", "con los trenes estamos peor que en la década de los 90", "Argentina no tiene remedio". 

Habría que empezar a revertir esta mirada ciega si queremos más trenes, si creemos en ellos y en un desarrollo económico (con más trenes de cargas y más eficientes) y social (apoyando el regreso de trenes de pasajeros). 

Decir que estamos como estamos por "los políticos" nos pone en un lugar de dudosa eficacia para mejorar las cosas. Digámoslo así: con frases como esas, gana la lógica destructiva de los 90. 

No hay que conformarse, hay que recuperar el protagonismo social y, sobre todo, darle forma a la esperanza que nos robaron. Para honrar a quienes lucharon contra aquella y otras destrucciones ferroviarias, para recordar a quienes murieron sin volver a ver un tren en sus pueblos, y para celebrar la "esperanza" de quienes hoy reciben trenes después de décadas. Por eso, tenemos que movilizarnos a través de los foros sociales, pero también en cualquier otro ámbito público.