Nota de Opinión
Por:
Dr. Eduardo Bertotti (Director ISEV)
Creo,
en lo personal, que uno de los conceptos más acertados en las últimas décadas
fue aquella definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que
identificaba a la problemática de los daños, lesiones y muertes en la
circulación vial como los nefastos resultados de una “enfermedad silenciosa”,
aunque yo le hubiese agregado (bajo mi responsabilidad) muchas veces también
“silenciada”. Y desde el principio “atajo” a aquellos que pretendan adjudicar a
estas reflexiones ribetes de políticas partidarias.
Nada más alejado a mi
intención. Mi mirada es total y exclusivamente social, porque creo, que las
voluntades políticas se expresan a partir de la presión del deseo de la
sociedad. Si el tema de la Seguridad Vial no aparece en la agenda política de
la sociedad es porque no ha sido lo suficientemente evidenciado por ella, como
para que sus líderes así lo interpreten y consideren. Es una opinión personal y
puede estar errada.
Conceptualmente,
desde una visión de salud, una enfermedad se considera “silenciosa” cuando se
inicia y evoluciona sin que la persona o la sociedad se dé cuenta (o quiera
darse cuenta), porque se considera que no provoca síntomas. Sin embargo,
veremos que en realidad no son tan silenciosas, y ofrecen síntomas que
simplemente no queremos o, simplemente no podemos reconocer, que son como
alarmas que silenciamos y no nos dignamos escuchar.
Dentro
de las enfermedades silenciosas se pueden incluir las denominadas «silenciadas»
u «ocultadas», que sí presentan síntomas muy evidentes pero que pocas personas
admitirían públicamente padecer porque se consideran vergonzosas. Las más
comunes son las de transmisión sexual (sida, sífilis, etc.) pero también otras
de aislación social (tuberculosis, lepra, etc).
Escapándome
de la visión de salud y bajo la riesgosa actividad del “parafraseo” me animo a
acercar otras “calidades” a las consideraciones de “enfermedad silenciosa y
silenciada” de la inseguridad vial.
Evidentemente,
es una enfermedad social endémica, ya que no reconoce fronteras ni físicas ni
de nivel social y económico, aunque si es reconocible la mayor INDEFENSIÓN y
DESPROTECCIÓN de sus efectos nocivos en los niveles de menor poder adquisitivo.
Esto último, reconocido a nivel “intelectual” por los principales organismos
mundiales, carece aún de instrumentación fáctica en el campo de los tan
mentados “derechos humanos”.
A
mi criterio (me hago cargo), es una “enfermedad social silenciosa”,
esencialmente porque “no reconocemos” los síntomas. Somos como el “sapo” que
muere hervido en el agua de una olla que calienta de a poco. La “cultura de
fatalidad” que poseen muchas sociedades frente al siniestro vial, opera como un
“velo” que impide la visión preventiva y el consecuente asumir nuestra “cuota
parte” de responsabilidad individual y colectiva en la producción de los mismos
y en la minimización de sus consecuencias (ejemplo patente de esto último es la
actitud absurda y suicida de no usar elementos de protección).
Ahora
bien, este “velo” sólo puede descorrerse con la única “herramienta” eficiente que
transforma culturas: la Educación. Hay profesionales y líderes sociales que
llevan décadas discutiendo si la “educación vial” debe ser transversal o materia autónoma en el
ciclo formal de educación, sin detenerse a observar que una gran proporción de
la sociedad cree que la educación vial es la instrucción sobre el significado
de las señales viales.
Finalmente
creo, como anticipé, que en muchas oportunidades es también una “enfermedad
social silenciada”. Frases usuales, referidas a las consecuencias, como “es el
precio que pagamos por el progreso”, “la única solución es que duela el
bolsillo”, acciones desarrolladas bajo lemas como “Sin casco, no hay
combustible”, “Usá casco o te quitamos la moto”, evidencian limitaciones
vergonzantes de administradores y administrados, que eluden la consideración
cabal del problema, ocultando en definitiva la “enfermedad”.
¡Qué
decir! O mejor…¡Que NO decir!, si como sociedad hemos llegado a discutir
acaloradamente cuántos muertos “viales” tenemos, “ocultando” bajo el “enredo”
de las cifras, que poco o nada hacemos como sociedad (en general) para
evitarlos.
En
los últimos años, es enorme el esfuerzo de las asociaciones, fundaciones y
agrupamientos de familiares y víctimas de esta enfermedad social, por HACERLA
VISIBLE para el conjunto de la sociedad.
¿Será
que tendremos que ser todos víctimas o familiares?. ¿No nos damos cuenta que ya
lo somos en alguna medida por ser parte del “cuerpo enfermo”?.
La
“fiebre” es muy alta.