ANÉCDOTA FERROVIARIA
Por: Hugo
Mengascini (Para Crónica Ferroviaria)
Hijo de
inmigrantes vascos, Dámaso Latasa nacía el 12 diciembre de 1905 cuando Tandil
dejaba de ser pueblo. Con el correr del tiempo, su padre, tras varios años de
esfuerzo y dedicación en la zona rural de De La Canal (partido de Tandil),
lograba adquirir un lote ubicado en el barrio de la Estación, donde
levantaría la casa con la intención de radicarse definitivamente con su familia
y acompañar la escolaridad de sus hijos.
La
vinculación de Dámaso con la pelota se inició muy temprano: “empecé a ‘patear’
la redonda desde que comencé a caminar, entonces eran las piedras y cuanto pedazo de ladrillo encontraba por la calle,
con gran disgusto de mi familia que veía así aumentado el presupuesto
considerablemente”, manifestaba en una entrevista durante los años
treinta. Luego, en el colegio San José,
fue en los teams que formaban los alumnos de un grado para enfrentarse a los de
otro, para más tarde disputar encuentros entre los estudiantes de una y otra
escuela.
Pero fue en
un potrero ubicado en la esquina de la avenida Colón y la calle Garibaldi donde
sus condiciones se dieron a conocer. Precisamente fue allí, en 1922, donde un
dirigente del Club Ferro Carril Sud atraído por sus gambetas le propuso
ingresar en la segunda división del equipo de fútbol, “...cosa que acepté
-manifestaría más tarde-, pues siendo un tanto hincha del club, no podía
negarme a semejante invitación.” Al año siguiente, le otorgaron el puesto en la
primera división, y fue entonces cuando su zurda se convirtió en un arma
temible para guardametas y en artífice
de malabarismos que hipnotizó los ojos de los pibes. En la primera división
participaría hasta 1939 jugando en todos
los puestos.
Dámaso Latasa
“Primero
ocupé el puesto de wing izquierdo, después de insider y cuando el cansancio o
el aburrimiento por jugar siempre en el mismo puesto hicieron que perdiera
alguna eficacia en la delantera, me probaron de halt. La novedad del puesto me
entusiasmó y conformé a los directivos del club, quedando efectivo en la
defensa pero no en el puesto. Un día faltó un back y actué en su reemplazo;
después en ese puesto seguí actuando...”, expresaba Dámaso, admirado y conocido en el barrio como “el
vasco” Latasa.
Ferro Carril
Sud fue el equipo de toda su vida. Muchacho flaco, alto y modesto, conceptuado como uno de los mejores elementos
que actuaban en el deporte local, siempre vistió la camiseta “tricolor” y la
del seleccionado de Tandil. “Me agrada el foot-ball por sobre todas las cosas,
y tengo tanto amor por mi club, que por ahora no me permite tener más amores”,
respondía a las insinuaciones de otras entidades.
Simultáneamente,
el club de los ferroviarios alcanzaba una sólida posición. Ya no era el reducido
número de los 30 jóvenes empleados del ferrocarril de aquel 6 de junio de 1919,
socios fundadores y entusiastas cultores del fútbol que se habían reunido con
el propósito de difundir la práctica del deporte entre la enorme masa de
trabajadores del riel. En 1931, el Club Ferro Carril Sud sumaba 350 socios, y a
través del empeño de sus dirigentes por el mejoramiento de la biblioteca anexa
a la institución, se convertía en una de las más meritorias entidades
deportivas de la ciudad ocupando, además, uno de los primeros puestos como
agrupación cultural.
Por ese
entonces, el equipo del barrio de la Estación, con el juego prodigioso de Latasa,
junto a Emilio Larsen y Oscar Roca cosechaba los campeonatos de primera
división de las temporadas de 1922, 1923, 1927 y 1934; y los campeonatos de
honor de los años 1923, 1924 y 1926. En tanto que el club recolectaba como
trofeos 41 copas, 6 medallas, un tintero artístico, un botiquín, dos estatuas,
un pergamino, una medalla de oro y dos diplomas de honor.
Eran épocas
distintas y de rivalidades. Los partidos con Ramón Santamarina en la cancha de
las Ferias Francas (ubicada en la manzana de las calles 4 de abril, Mitre y las
avenidas Marconi y Santamarina). Todo un barrio versus el centro, el equipo de
los trabajadores frente a la entidad aurinegra que, vinculada a los sectores
conservadores, había abandonado el
barrio en tanto trasladaba su sede de la avenida Colón al 1100 hacia el centro
de la ciudad.
Esos eran
“¡Tiempos lindos! -decía Latasa-. Aquello era ir a la cancha con ganas de
triunfar. Las victorias y las derrotas más honrosas las hemos tenido con los
aurinegros. Si nosotros ganábamos, ¡otra que las despedidas de soltera! Fiestas
y más fiestas...Ese día era de gala para el barrio. También, sí perdíamos, la fiesta
era en el centro y la procesión en nuestros pagos.”
Según los
cronistas de la época, la caballerosidad no estuvo ajena a sus condiciones y
“era capaz de errar adrede un penal cuando era consciente de que había sido mal cobrado.” Fue el eje y
el sostén del equipo en los momentos difíciles, el hombre de confianza, el
incansable ordenador del juego. El hombre que “con su pierna escribió varias
páginas destacadas del fútbol de antaño, aquel que no percibía un centavo, el
que había que ganarse la plaza porque todos los días aparecía un nuevo valor
que hacía tambalear la estabilidad del más pintado.” Para muchos, símbolo de un
“fútbol viejo y mejor”.
Practicó el
fútbol “hasta que tuvo fuerzas para hacerlo.” Después, se hizo frecuente verlo
en las canchas detrás del alambre o recorriendo -en su bicicleta- los potreros
barriales, abocado a la tarea de observar y descubrir, con ojo de lince, a los
pibes que serían los futuros grandes
jugadores del club.
Excelente
ajustador y mecánico de locomotoras a vapor, fue quien cobijó en su casa de la
calle Paz al 1100 a
sus compañeros de trabajo del Galpón de Máquinas que padecían, por razones
políticas e ideológicas, la tenaz
persecución en tiempos de la dictadura del general Onganía.
Fueron ellos,
los obreros ferroviarios, quienes luego de la jornada laboral juntamente con
socios del club y otros vecinos del barrio de la Estación, trabajaron con
empeño y apasionamiento para transformar la vieja cancha de Ferro Carril Sud en
un moderno y amplio estadio, que -para todas las épocas- llevará su nombre: el
estadio Dámaso Latasa.
Tras una
larga enfermedad falleció el 15 de diciembre de 1973 en el policlínico
ferroviario de Tandil. Tenía 68 años. Por esos días su viejo amigo y dirigente
del club Ferro Carril Sud, Juan Antonio Salceda escribía: “El domingo cuando
depositamos el cajón en el cementerio tuve la impresión que con el vasco
Latasa, moría el viejo fútbol, practicado con amor y desinterés...Era bueno,
sencillo, enemigo de ceremonias y aparatosidades. Si debía asistir a una fiesta
cuando era capitán de los equipos procuraba disimularse, pasar
desapercibido...Su autoridad surgía de su dedicación, de su honradez, de su
responsabilidad. El vasco Latasa personificaba las virtudes del verdadero
deportista...Siempre estaba rodeado de pibes, que le seguían a los vestuarios
llevándole los botines y le acompañaban cuando terminaba el partido.”
“...Nunca
tenía incidentes. No tenía enemigos. Se daba al fútbol sin cálculos personales.
Era un deportista ‘amateur’, un deportista cabal. Ayer cuando se fue para
siempre, casi desapercibido, como él quería, yo pensaba que la grandeza de las
instituciones se basa en los deportistas como el vasco Latasa.”