EXTERIOR
Los pasajeros
aseguran que esperan a diario entre 8 y 21 minutos para poder tomar los vagones
La marcha se
hace pausada en el ferrocarril de los Valles del Tuy. Ayer, a la 1:40 pm, el
tren que viaja a la capital se detiene durante seis minutos en uno de los
oscuros túneles de la estación Charallave Norte. El silencio se hace perpetúo y
algunos pasajeros se reclinan sobre las ventanas del vagón en señal de hastío.
“Hay que tomárselo con soda, esto es cotidiano y no tenemos mejores opciones”,
señala Dayana Rodríguez, quien viaja en el sistema de transporte.
Los pasajeros
del ferrocarril, no obstante, aseguran que las condiciones pudieran ser peores.
Recuerdan que el martes en la tarde fue interrumpida la marcha de los trenes
debido a fallas de señalización, que generaron retrasos de más de 30 minutos.
“Como en el Metro de Caracas también se dan los retrasos. Son cosas que pasan y
escapan de nuestras manos. Por eso, debemos tomar previsiones y salir temprano,
si queremos llegar puntuales a algún sitio”, admite Rodríguez.
En días sin
reporte de fallas, los usuarios afirman que la espera de un tren puede tardar
de 8 a 21
minutos. “Ni siquiera hay que creerle a la pantalla que notifica la llegada del
vagón. Ya se cumplieron los 11 minutos que había marcado como tiempo de
abordaje del tren y no ha pasado nada. Ahora comienza de nuevo la cuenta desde
cero y todavía no llega a la estación”, indica Yender Castillo.
Colas en el
sistema
La espera no
sólo se hace en los vagones del Instituto de Ferrocarriles del Estado. En las
estaciones –dependiendo de la hora o cantidad de usuarios– se pueden observar
largas filas de personas para adquirir boletos. En la parada Libertador Simón
Bolívar, en Caracas, la acumulación de pasajeros obedece a la inoperatividad de
cinco de las ocho maquinas expendedoras de boletos y el funcionamiento de sólo
dos de las cuatro taquillas externas.
Juan José
Gómez, quien aguarda en una cola de 30 metros , aproximadamente, relata que pasa
entre 10 y 15 minutos para adquirir una ficha que le permita abordar un tren
hasta su casa, en Cúa. “A veces es preferible comprar muchas fichas o una
tarjeta con varios viajes, que ahorre esta espera. Aunque todo depende de la
suerte, lo usual es estancarse en una cola”, dice.
En el resto
de las estaciones –Charallave Norte, Charallave Sur y Cúa– la denuncia es la
misma: la inoperatividad de la totalidad de las máquinas expendedoras o
taquillas de ventas de boletos prolonga la espera.
Las colas,
sin embargo, no terminan con la adquisición de un ticket o ficha. En los
andenes se acumulan los pasajeros en dos filas para subir al ferrocarril. Trina
Campos, vecina de los Valles del Tuy, tilda la hilera de personas más alejada
del tren como “la fila de los coleados”. “Siempre salen los vivos cuando hay
mucha gente. Se ponen al lado de la cola legal y empiezan a golpear a todo el
mundo –viejitos, personas con discapacidad, mujeres embarazadas y niños– cuando
llega el tren, no les importa nada”, destaca.
Raúl Tovar,
usuario del ferrocarril, muestra una pronunciada cicatriz en el dedo índice
como prueba de la violencia que se despierta por ingresar a un vagón: “Me
cortaron con un bisturí, casi me quitan el dedo. Presumo que iban a robarle la
cartera a una muchacha cuando entraba al tren, pero me dieron a mí. Cualquier
cosa puede pasar en el momento que se intenta agarrar puesto en el vagón”. En
la espera no se percibe presencia policial.
La
delincuencia es otra denuncia de los pasajeros del IFE. Aseguran que un tren
lleno puede representar una oportunidad para ladrones. En las llamadas horas
picos se ocupan los vagones a su máxima capacidad (más de 96 puestos), incluso
algunos pasajeros optan por compartir asientos de dos personas con otros. Raiza
Acuña, usuaria, ha cedido un reducido espacio a un niño: “Todos vivimos el
mismo drama, pero tenemos que ayudarnos. El ferrocarril empezó bien, pero se
quedó corto ante la demanda y la falta de controles”.ElNacional