Relatos Ferroviarios
Mi padre fue jefe de la Estación del Ferrocarril General Belgrano, en Punta de Vacas, Las Heras, Mendoza; allí nací y viví hasta 1965, año que perdió su vida en un accidente en la zona de Los Paramillos. Mi niñez en la estación fue tan llena de anécdotas, descubrimientos, sensaciones, aromas, penas, tragedias. Tanto viví en tan corto tiempo.
Recuerdo con la alegría que esperábamos el paso del tren Trasandino, observaba rostros impresionados ante la belleza de la cordillera, hablando lenguas extranjeras, se sacaban fotos sentados en una gran roca, en la cual mi papá les decía, que se había sentado el Gral. San Martín, ocurrencia del genio travieso que habitaba en él; cuántas de ellas andarán como recuerdo por el mundo.
Vienen a mi memoria aquellas montañas, que a diario me enamoraban; la escuela, el largo camino hasta llegar a ella, el día que me escondí en un armario para que no me vacunaran. Feliz del logro, al día siguiente, al ingresar a la escuela estaban las enfermeras esperándome, vacuna en mano. Recuerdo la risa de las maestras y de los compañeros porque sin dudar finalmente me vacunaron. Recuerdo mi casa de piedra con pisos de madera, estufas a leña en cada habitación, que bramaban como desesperadas por aportarnos calor. Los grandes ventanales, la nieve, el viento blanco, el río corriendo montaña abajo, los paseos en mula. Hay ruidos, olores, que a pesar de los años, seguro, me acompañarán mientras dure mi vida.
Mi familia se fue formando, enlazando miembros ferroviarios de varias provincias. Por aquellos años pertenecer al ferrocarril era un orgullo, todos los empleados se conocían, éramos una gran familia. Los fines de semanas íbamos hasta Puente del Inca, el lujoso hotel con huéspedes importantes. Las señoras con largos tapados de piel, los baños termales construidos en la entraña de la montaña, con bañeras individuales y lujosa cerámica en la pared, el olor a azufre del agua, la leyenda del puente, la bella Capilla de Nuestra Sra. de las Nieves y la majestuosidad del Cristo Redentor.
Mi primer niñez quedó allí, lugar al que nunca regrese. No sé si por temor o por respeto, porque fue tan triste la despedida. Falleció mi padre el 2 de agosto de 1965. Debíamos ir a cargar con muebles y recuerdos. Estando en esa triste tarea, acaeció un gran alud que nos dejó incomunicados por varios días. Estábamos, mi hermana, mi madre y yo. Desde helicópteros nos tiraban víveres, comenzó a llegar información de lo ocurrido, que el hotel de Puente de Inca había desaparecido, la ruta 7 cortada, casas arrasadas, de milagro la capillita se salvó, muchas personas perdieron la vida. Veíamos soldados con el rostro quemado por el frío, personas que buscaban familiares, parecía una guerra, hasta que nos trajeron hasta Mendoza, en un tren de carga con evacuados y heridos, todos sentados a los costados, unos frente a otros, sin decir palabra, Yo observaba el dolor, el cansancio en los compañeros de infortunio y ellos compartían el nuestro, me tocaban la cabeza, nos pasaron café y con un abrazo nos despedimos en silencio.
El deseo de volver es muy fuerte, pero me llena de dudas, de temores. Tal vez mi nota llegue a tocar el corazón de algún funcionario nacional y permita que el Trasandino vuelva a romper el silencio de la cordillera.Por Zulma Ledesma (Diario de Cuyo)
Mi padre fue jefe de la Estación del Ferrocarril General Belgrano, en Punta de Vacas, Las Heras, Mendoza; allí nací y viví hasta 1965, año que perdió su vida en un accidente en la zona de Los Paramillos. Mi niñez en la estación fue tan llena de anécdotas, descubrimientos, sensaciones, aromas, penas, tragedias. Tanto viví en tan corto tiempo.
Recuerdo con la alegría que esperábamos el paso del tren Trasandino, observaba rostros impresionados ante la belleza de la cordillera, hablando lenguas extranjeras, se sacaban fotos sentados en una gran roca, en la cual mi papá les decía, que se había sentado el Gral. San Martín, ocurrencia del genio travieso que habitaba en él; cuántas de ellas andarán como recuerdo por el mundo.
El Trasandino a su paso por una de las estaciones en la Cordillera de los Andes
Vienen a mi memoria aquellas montañas, que a diario me enamoraban; la escuela, el largo camino hasta llegar a ella, el día que me escondí en un armario para que no me vacunaran. Feliz del logro, al día siguiente, al ingresar a la escuela estaban las enfermeras esperándome, vacuna en mano. Recuerdo la risa de las maestras y de los compañeros porque sin dudar finalmente me vacunaron. Recuerdo mi casa de piedra con pisos de madera, estufas a leña en cada habitación, que bramaban como desesperadas por aportarnos calor. Los grandes ventanales, la nieve, el viento blanco, el río corriendo montaña abajo, los paseos en mula. Hay ruidos, olores, que a pesar de los años, seguro, me acompañarán mientras dure mi vida.
En estación Punta de Vacas el padre de la autora de la nota (con anteojos) espera la llegada del tren
Mi familia se fue formando, enlazando miembros ferroviarios de varias provincias. Por aquellos años pertenecer al ferrocarril era un orgullo, todos los empleados se conocían, éramos una gran familia. Los fines de semanas íbamos hasta Puente del Inca, el lujoso hotel con huéspedes importantes. Las señoras con largos tapados de piel, los baños termales construidos en la entraña de la montaña, con bañeras individuales y lujosa cerámica en la pared, el olor a azufre del agua, la leyenda del puente, la bella Capilla de Nuestra Sra. de las Nieves y la majestuosidad del Cristo Redentor.
Mi primer niñez quedó allí, lugar al que nunca regrese. No sé si por temor o por respeto, porque fue tan triste la despedida. Falleció mi padre el 2 de agosto de 1965. Debíamos ir a cargar con muebles y recuerdos. Estando en esa triste tarea, acaeció un gran alud que nos dejó incomunicados por varios días. Estábamos, mi hermana, mi madre y yo. Desde helicópteros nos tiraban víveres, comenzó a llegar información de lo ocurrido, que el hotel de Puente de Inca había desaparecido, la ruta 7 cortada, casas arrasadas, de milagro la capillita se salvó, muchas personas perdieron la vida. Veíamos soldados con el rostro quemado por el frío, personas que buscaban familiares, parecía una guerra, hasta que nos trajeron hasta Mendoza, en un tren de carga con evacuados y heridos, todos sentados a los costados, unos frente a otros, sin decir palabra, Yo observaba el dolor, el cansancio en los compañeros de infortunio y ellos compartían el nuestro, me tocaban la cabeza, nos pasaron café y con un abrazo nos despedimos en silencio.
El deseo de volver es muy fuerte, pero me llena de dudas, de temores. Tal vez mi nota llegue a tocar el corazón de algún funcionario nacional y permita que el Trasandino vuelva a romper el silencio de la cordillera.Por Zulma Ledesma (Diario de Cuyo)