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8 de mayo de 2011
ROSARIO: LA PELEA DE UN BARRIO POR DEJAR DE VIVIR EN LAS VÍAS
Un poco más de un metro y en algunos casos apenas 60 centímetros. Esa es la distancia que separa las viviendas de unas 750 familias de las vías del ex Ferrocarril Mitre —ahora Nuevo Central Argentino (NCA)— que corren desde Felipe Moré hasta Provincias Unidas, en pleno corazón del barrio Ludueña.
Un poco más de un metro y en algunos casos apenas 60 centímetros. Esa es la distancia que separa las viviendas de unas 750 familias de las vías del ex Ferrocarril Mitre —ahora Nuevo Central Argentino (NCA)— que corren desde Felipe Moré hasta Provincias Unidas, en pleno corazón del barrio Ludueña. El temor a los descarrilamientos y a que el tren arrolle a un chico, fuertes vibraciones que rajan las casillas, falta de iluminación, barro que cae dentro de las casas cada vez que llueve, pozos ciegos que se desmoronan o se rebalsan, basurales, ratas y servicios entre pobres e inexistentes rigen el día a día de los vecinos. Por eso, desde hace dos años trabajan en el pedido de “viviendas dignas”, que quieren levantar con sus propias manos.
“Esto es estar en la vía, no tener nada”, aseguró Ana María Cazzoli, directora por tres décadas de la Escuela Nº 1.027 e integrante de la mesa social que desde hace dos años se conformó con los vecinos en el Centro Comunitario Sagrada Familia.
“El consumo de drogas, la violencia y la situación de los chicos fueron los temas que se plantearon en las primeros encuentros, pero siempre la necesidad de una vivienda digna que permita estructurar y ordenar sus vidas apareció como prioridad”, recordó la mujer. Sin embargo, plantearon el pedido y no se quedaron de brazos cruzados. Pusieron en marcha un proyecto que comenzó con el relevamiento de todas las casas, visitando a las 750 familias.
La “ilusión”, como dicen en el barrio, es poder sumarse al programa “Sueños compartidos” que llevan adelante las Madres de Plaza de Mayo y que ya está en marcha en el barrio Toba de Juan José Paso y Travesía, y donde los vecinos de la comunidad están levantando las casas.
También relevaron los terrenos de la zona, incluso los que quedaron en manos del gobierno nacional después de la suspensión en los 90 de la última etapa del Plan Arraigo. “Hace tiempo que entregamos la propuesta a la directora de Vivienda de la provincia, Alicia Pino; a la Municipalidad y a la gente que trabaja con las Madres de Plaza de Mayo, pero aún no hemos tenido ninguna respuesta”, recordó Cazzoli.
El tren. “Escuchamos el tren y salimos desesperadas a agarrar a los chicos”, contó Gabriela Galardi, una joven de 30 años que tiene cuatro chicos, hace pocos meses que llegó al barrio y sobrevive con la asignación universal por hijo.
“Apenas llueve el agua y la tierra del terraplén caen adentro de los patios y de las casas y los pozos ciegos se rebalsan”, insistió María.
Si el viento es fuerte, los eucaliptus también son un problema. “Mi marido tiene 15 puntos en la cabeza porque durante la última tormenta se cayó una rama, hundió el techo de chapa y uno de los tirantes se le cayó arriba. Ahora, cada vez que llueve se va de la casa porque tiene miedo”, relató Emiliana Galarza, una mujer de 60 años que llegó al barrio hace 30 desde Quitipili (Chaco).
A la convivencia con el tren se suma la precariedad de las viviendas y el pedido de servicios. Las casillas son de block, muchas ya rajadas por las vibraciones, o de chapas que apenas resisten. Lorena Villegas, de 29 años, vive sobre la vía y la habitación es casi tan chica como un auto. Ahí duerme con sus dos hijos desde la muerte de su marido y comparte el resto del espacio con su hermano y su cuñada. “Antes trabajaba como empleada doméstica y me alcanzaba para alquilar ”, recordó, pero desde que quedó viuda sólo cobra la asignación universal por hijo.
También proliferan los basurales, como el que se extiende frente al campito de Casilda y Teniente Agneta, o el que está en Liniers y la vía. “Muchos vecinos viven del cirujeo, entonces con lo que descartan se forman basurales, y otros vienen de afuera a dejar la basura acá”, afirmó María.
Los taxis y ambulancias no entran al barrio. Pero saben que muchos de los problemas que padecen se resolverían si tuvieran viviendas en condiciones. Por eso, insisten en el pedido. “No resuelve el cien por ciento de los problemas, pero sí más de la mitad”, afirmó Cazzoli.
Perla, la arquitecta que los enorgullece
Todos le dicen Perla, pero se llama Julia Elizabeth López Cabral. “Mi mamá me quería poner Perla, pero no se decidía y al final me puso como una nena que dicen que cantaba en la televisión”, cuenta la joven de 31 años, hija de paraguayos que llegaron al barrio en los 70 y que hace unos meses se recibió de arquitecta. “Toda mi vida está acá, mi gente, mi casa. No me quiero ir del barrio”, asegura.
Cuando estudiaba y nació su hijo, que ahora tiene cuatro años, comenzó a ir a las reuniones que hacían los vecinos. “Mi preocupación era la misma que la del resto de las mujeres: mi hijo se iba a criar acá”, dice.
Sus padres, él albañil y ella empleada doméstica, llegaron primero a Buenos Aires y después a Rosario, donde se quedaron porque consiguieron trabajo. “Se compraron un rancho donde nací yo y mis dos hermanos, después pudieron comprarse un terrenito enfrente y nos mudamos”, recuerda.
A la primera casa de sus padres, que está donde Roullión se choca contra las vías, se mudó cuando formó pareja. Pero además, una vez que terminó el secundario, se decidió y fue a la Universidad para estudiar arquitectura.
“Me faltaban dos materias y quise tener un hijo. Tardé cuatro años en rendirlas, pero me recibí el año pasado y ahora estoy buscando trabajo”, cuenta allí, en el barrio que le dio todo.(Fuente: La Capital)
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